Luc Besson regresa a la dirección tras un periodo de siete años (los transcurridos desde Juana de Arco) en los que se ha dedicado principalmente a ejercer tareas de guionista y productor para muchas películas, entre las que se cuentan varias entregas de las sagas de Taxi, Transporter o Los ríos de color púrpura. El resultado es una cinta dirigida a los más pequeños de la casa donde imagen real y animación por ordenador se dan la mano para crear una fábula teóricamente muy entretenida y que debería encantar a todo el mundo.
Sin embargo, que el realizador francés vuelva a jugar en la misma liga que sus idolatrados modelos estadounidenses de cine para las masas no quiere decir que Arthur y los Minimoys consiga una victoria apabullante sobre esos referentes. Como mucho logra un empate en el último minuto, que tampoco está mal, pero no es lo que nos han vendido por ahí.
El Arthur del título (Freddie Highmore, el de Charlie y la fábrica de chocolate) es un niño que acudirá en busca de un pueblo de seres diminutos con la esperanza de que le ayuden a encontrar un tesoro que su abuelo escondió en algún lugar de su jardín, y que ahora él y su abuela (una correcta Mia Farrow) necesitan desesperadamente para pagar la casa donde viven. Para ello Arthur se convertirá en un minimoy más y emprenderá la búsqueda acompañado de un par de ellos.
Digamos para empezar que todo el tramo que sirve de introducción a la búsqueda se hace bastante lento y sólo contentará a los espectadores más jóvenes, con un abuso constante de recursos vistos en películas similares y rozando el absurdo por momentos. Luego la integración del protagonista en el fantástico mundo de los Minimoys anima un poco la trama (hay detalles esparcidos por ahí que parecen sacados de la mente del genial Jim Henson), y un par de escenas de acción bien trabajadas suben el interés unos cuantos enteros. Por desgracia, cuando se encara el desenlace de la cinta volvemos a transitar caminos bastante trillados y surge alguna carcajada involuntaria (esos guerreros africanos que parecen jugadores de la NBA, por ejemplo) que acaba por encasillar a Arthur y los Minimoys en la denostada (pero necesaria) categoría de “película para las sobremesas del fin de semana”.
Lástima que Besson no consiga repetir los resultados del logrado divertimento que fue El quinto elemento, porque la excelente labor de animación conseguida aquí (gracias a más de 200 animadores y a la inversión de 65 millones de euros) merecía indudablemente un guión más elaborado que permitiera al espectador medio salir de la sala satisfecho con una historia que no pecara tanto de infantiloide. Eso sí, para los niños el espectáculo está garantizado y seguramente disfrutarán con ella.