Denzel Washington y Ethan Hawke patrullando por las calles. ¿Película de coleguitas que se enfrentan a las mil y una adversidades con tan sólo su virilidad, buen humor y oportunos sarcasmos?
Más bien no.
Resulta tan sencillo encasillar películas, como forjar juicios de valor en un simple trailer que encaminado a seducirnos, muchas veces sólo nos sitúa en un permanente estado de sospecha donde todo puede ser un fraude efectista de la poderosa industria del cine. De esta manera, coger un actor de renombre y unirlo a un mozalbete (cada día menos) de cara agradable, parece una mezcla demasiado obvia para que el resultado no sea la química barata palomitera. Pero lo cierto es que en esta ocasión, el duro e inmisericorde mensaje de corruptelas hace que esta aventura limitada temporalmente a 24 horas, cobre un interés cuyo ritmo unido a su frialdad le dan una personalidad cuando menos respetable.
Centrada en el día de un novato (señorito Hawke) dentro de un grupo especial de narcóticos cuyo gurú es el imperturbable y pérfido Denzel Washington, se nos recrea una cruda ruptura de inocencia voluntariosa frente a una visión caótica del mundo, donde no parecen haber buenos y todo huele igual de podrido. Así, su jornada de trapisondas será un marco ideal para que ambos personajes antagónicos choquen cada vez que pueden, con el aparente fin de acabar dejándolos a ambos al mismo nivel de alcantarilla, y sobre todo ofrecer una buena historia que escapa cuánto puede de los tópicos sin renunciar a sus cualidades de película de acción.
No es una obra maestra, pero sirve como entretenimiento de calidad.