El guión no se sostiene de ninguna manera, y cuesta horrores no reírse ante incoherencias absurdas, anacronismos obvios y ocurrencias descabelladas.
Siguiendo con la moda actual de revisitar algunas de las fábulas tradicionales más famosas –tras diversas Caperucitas, particulares visiones por parte del peculiar Terry Gilliam e incluso Blancanieves por partida triple– nos topamos en esta ocasión con Hansel y Gretel, esos dos hermanos que se enfrentaron en su día a una malvada bruja en su casita de chocolate y salieron airosos del envite. Transcurridos tres lustros de aquella aventura, encontramos al dúo protagonista convertido en aguerridos mercenarios a la caza de brujas y demás entes sobrenaturales, moviéndose de región en región para poner fin a las malignas actividades de dichos seres.
Para no andarnos con rodeos, digamos que se trata de un producto que trata de conjugar aventura, acción, terror y humor a partes iguales, intentando llegar a un público mayoritario en general, pero particularmente a los adolescentes impresionables que tanto animan según qué sesiones de nuestros cines. Sin más pretensiones que la de entretener, pues, aquí podríamos perfectamente volver a retomar el debate sobre si una película ya es salvable por cumplir con las expectativas que en ella se tienen puestas, o si por el contrario cabría exigirle un nivel mínimo de calidad.
Pese a sus bajas ínfulas, Hansel y Gretel: Cazadores de brujas termina por indigestar al más pintado. Tras una escena inicial que probablemente sea lo más destacado, nos metemos de lleno en la acción, y comienzan a acudir a nuestra mente referencias nada halagüeñas, siendo la más destacada la infumable Van Helsing (Stephen Sommers, 2004). También hay espacio para aspectos –vestimenta, armas, toques de acción– que nos recuerdan a las sagas de Underworld y Resident Evil, así como a cualquiera de las bochornosas obras dirigidas por Uwe Boll.
El guión no se sostiene de ninguna manera, y cuesta horrores no reírse ante incoherencias absurdas, anacronismos obvios y ocurrencias descabelladas (¡ese Hansel diabético!) que se van sucediendo. No se ha buscado un tono paródico que podría haber hecho del filme algo más liviano y digerible, y eso indefectiblemente acaba por hundir en la miseria a este despropósito, algo que ya sucediera asimismo con Zombis nazis, otra de las películas de este mismo director, el noruego Tommy Wirkola, que debuta en tierras americanas con esta cinta.
Por agrupar más defectos todavía, digamos que dos actores normalmente solventes como Gemma Arterton y Jeremy Renner están bastante faltos de pasión interpretativa, por no decir que la química entre ambos no existe. Además, el libreto no sabe huir de los tópicos mil veces vistos en esta clase de relatos, y las aportaciones más o menos novedosas –los toques gore para que destaquen más en la versión 3D– no provocan entusiasmo precisamente. Como en otros subproductos similares, en casi todo momento parece que estemos en un videojuego, pero hemos perdido el mando para controlar los movimientos de los personajes.
En definitiva, se trata de un despropósito que no interesa lo más mínimo y que provoca vergüenza ajena. Si se ha superado la pubertad convendría huir de ella.