Ampliación grandilocuente de los postulados ya expresados en “Amores Perros” y “21 Gramos”
Tercera y al parecer última colaboración del guionista Guillermo Arriaga con el director Alejandro González Iñárritu tras Amores Perros (2000) y 21 Gramos (2003), Babel comparte con las películas citadas la alternancia de tiempos, espacios y protagonistas; la preponderancia formal de un montaje que busca ante todo el impacto emocional; y unas historias marcadas por lo trágico y por una honda comprensión de los lazos invisibles que unen las vidas de los seres humanos.
Hay sin embargo algunas diferencias importantes entre Babel y sus predecesoras. Amores Perros tenía por ámbito una ciudad. 21 Gramos, una sociedad. Babel, el mundo. La narración salta de Marruecos, donde una pareja de norteamericanos intenta salvar su matrimonio y dos nativos cometen un terrible error, a la frontera entre Méjico y Estados Unidos, escenario de una peripecia absurda sufrida por dos niños y su cuidadora; y más tarde a Japón, donde una joven sordomuda intenta superar el reciente suicidio de su madre. Aunque la película propugna que en estos tiempos globalizados el dolor ajeno debería sernos más cercano que nunca, sus conclusiones son opuestas, desoladoras: las debilidades, los rencores, la estupidez, la cerrazón, son lo único que parece no conocer fronteras. Por cada situación que parece podrá aportar algo de felicidad, hay cien que conducen a la catástrofe.
Otra novedad, relacionada con la anterior, reside en los orígenes que Iñárritu y Arriaga dan a esa catástrofe. En Amores Perros y 21 Gramos el mal, la causa del dolor, prendían en el interior de los personajes. En Babel se alude también a diferencias culturales, injusticias legales y regímenes opresivos como fuentes añadidas de infelicidad. El intimismo da paso a un discurso más ambicioso, quizás no tan convincente ni equilibrado, y lastrado además por el intento de seguir ligando a los personajes y sus problemas de una manera inverosímil, por descargar sobre ellos una sucesión agotadora de desgracias, y por una mezcla de buen rollito y de afán pretendidamente provocador –masturbaciones, operaciones sin anestesia, decapitaciones de gallinas y exhibicionismo público- un tanto calculada.
Con todo, en el marco de una cartelera tan abstraída y superficial como la navideña, Babel es un buen recordatorio de la razón que nos lleva al cine, como a la lectura o a la pintura: descifrar, a través de la expresión creativa, las claves de esa inquietud que desgasta nuestros corazones y nos hermana. La película cuenta para ello con numerosos atractivos artísticos: las interpretaciones de Adriana Barraza, Brad Pitt, Gael García Bernal y Cate Blanchett; la elaboradísima fotografía de Rodrigo Prieto, a la que pronosticamos el Oscar; y un montaje no ya espectacular, sino con tres o cuatro transiciones llenas de intención entre escenarios.