La figura del mujeriego simpático y de burlón encanto tuvo su máximo exponente en la divertida recreación que Albert Finney hizo en “Tom Jones” de Tony Richardson. Gracias a ella siempre mantendremos en nuestra memoria la imagen del jovencísimo Finney saltando de balcón en balcón huyendo de algún marido celoso sin abandonar esa sonrisa pícara de su rostro.
Valentín (Jean Dujardin), protagonista de esta amable comedia francesa, sigue la estela del inconmensurable actor citado al coincidir en sus intereses más mundanos, esto es, acumulación de mujeres, juego, apuestas… en fin, todo lo que no tenga nada que ver con las responsabilidades. Justo lo contrario que su tío Van Buck (Gerard Jugnot, visto en uno de los últimos éxitos del cine galo Los chicos del coro), hombre de negocios que busca enriquecerse a toda costa presentándosele esa oportunidad con el posible enlace entre su descontrolado sobrino y una joven baronesa de fuerte carácter (Melanie Doutey, protagonista de “El lobo” junto a Eduardo Noriega).
En Nunca digas nunca tenemos un filme pretendidamente sofisticado a pesar de que el alarde ornamental propio de la época en que se desarrolla la acción resulte inexistente. Combina además elementos ya tradicionales que cumplen su cometido sin esperar nada más que lo prometido en la trama, es decir, pasar un rato agradable como máxima pretensión. Nos estamos refiriendo a la omnipresente guerra de sexos donde el engaño hace acto de presencia a ritmo de comedia bufa en la que finalmente es el hombre el que acaba sucumbiendo ante el encanto temperamental de ella. Este manido recurso debe llevarse a buen término gracias a la obligada dimensión cómica que se desprende de este tipo de planteamiento, algo que sin embargo flaquea en esta ocasión, echando en falta un poco más de picardia en el discurso.
Partiendo de un género, la comedia romántica, que provoca últimamente sinsabores ante la escasa originalidad de las propuestas, la que nos ocupa discurre por unos caminos ya conocidos con antelación, valiéndose de un estilo modernista aunque la acción se sitúe en pleno siglo XIX. Así pues, todo queda maniatado por un argumento de lo más simplificado: el libertinaje del personaje principal es irremediablemente sustituido por una existencia más fructífera, encontrando la respuesta en el enamoramiento instantáneo. Con todo, hay que decir que esta producción contiene suficientes cualidades como para hacernos pasar un rato agradable manteniendo el mismo ritmo a lo largo del metraje, algo que no debemos despreciar dado los tiempos que corren aunque si es cierto que no logra alcanzar las altas cotas de ironía y sagacidad que requería.