Su habilidad para construir relatos manejando los resortes de la taquilla difícilmente sea flor de un día.
Dar con un producto de moda, sea cual sea su dimensión y resistencia, rara vez no tiene algo de casual. Es decir, su autor puede tener talento, habilidad para captar tendencias y toda la intención del mundo, pero incluso si su acierto se debe más a su capacidad para conectar su obra con su momento de publicación, que esta alcance una dimensión como la de Crepúsculo sí precisa encontrar con todas las piezas del mercado dispuestas a darle una repercusión desmedida.
Todavía bajo los efectos del terremoto de la saga vampírica, Stephanie Meyer vuelve a llevar uno de sus productos a la gran pantalla sirviendo la ocasión para calibrar sus opciones de seguir siendo útil a la crematística del cine. Ahí puede responderse sin titubear que sí, que pese a su evidente dependencia de las emociones teenager, su descarada búsqueda de la pasionalidad superficial propia de esa audiencia y su devoción por los triángulos amorosos imposibles (aquí sublimada por el cuerpo ocupado con doble enamoramiento), su habilidad para construir relatos manejando los resortes de la taquilla difícilmente sea flor de un día.
En The Host, Meyer ha logrado dar un planteamiento sci-fi cuya solidez y coherencia se mantienen a lo largo del metraje. Se explayará en exceso en culebrones que probablemente resulten irritantes a quienes hayan superado la edad del pavo o hayan logrado coordinar el número justo de neuronas para comprender que los enamoramientos de instituto son solo otra manifestación irritante de una edad que, afortunadamente, se supera. Pero mostrado un escenario de invasión por parte de una raza que acaba jugando a Ladrones de Cuerpos, hace discurrir su trama de tal modo que se sacan partido a sus posibilidades siempre que el espectador no se niegue completamente a entrar en el juego (cosa por otro lado comprensible, vistos los riesgos empalagosos).
La hipertrofia de los 120 minutos no resulta en todo caso difícil de soportar. Libres del sobredimensionamiento de Crepúsculo y la saturación estomagante de sus intérpretes protagonistas y de sus molestas vidas, es incluso posible ver The Host con una cierta simpatía, preguntándose inevitablemente qué tal se le darían las cosas a la autora de su obra si se atreviese a desvincularse de la que es considerada su audiencia segura, y apostase a ciegas con el género adulto. Una ingenuidad, vaya: como si la industria se lo fuese a permitir.