Hay espacio para que Bruce Willis casi se autoparodie durante unas pocas intervenciones.
Después de un retraso en su estreno de más de medio año, motivado por las pobres expectativas de recaudación tras los pases previos con público estadounidense, los responsables de la secuela de G.I. Joe han considerado que su retoño ya estaba en condiciones de ver la luz, habiendo llevado a cabo en estos meses diversas modificaciones. Se ha alargado el metraje que aparecen en pantalla ciertos personajes –un Channing Tatum en alza de quien, inexplicablemente, el guión decide prescindir al poco de comenzar– y además se ha realizado la conversión al siempre agradecido –monetariamente– formato en tres dimensiones.
Esta segunda adaptación de las aventuras de los famosos juguetes de Hasbro decide romper con bastantes de los elementos que desfilaran por la pantalla en su debut de 2009, firmado por Stephen Sommers. El director ha dejado la silla a un Jon Chu que viene de realizar dos entregas de la serie musical Step up, así como el documental Justin Bieber: Never say never. Casi nada.
Por otro lado, muchos de los rostros conocidos –Brendan Fraser, Dennis Quaid, Joseph Gordon-Levitt, Sienna Miller, Marlon Wayans– han cedido el testigo a actores mucho menos populares, dejando que se luzca en un primer plano Dwayne The Rock Johnson, a sus anchas en este tipo de productos de acción. También hay espacio para que Bruce Willis casi se autoparodie durante unas pocas intervenciones, arrastrando a su legión de fieles seguidores gracias a su presencia en el cartel.
Por lo demás, de nuevo nos encontramos a este grupo de élite teniendo que lidiar con la amenaza mundial que supone la organización Cobra, enzarzándose con sus malvados miembros en distintas localizaciones del globo terráqueo y dando pie a peleas de diverso calibre: a tiros, persecuciones, artes marciales... Todo más o menos como ya comentáramos en su día al respecto de la primera entrega. Como apuntábamos allí, al menos no se alcanzan los límites extremos de degradación neuronal de sagas como la de Transformers.
Sin embargo, y aunque la cinta no se tome en serio a sí misma y haya detalles que muevan a la sonrisa por lo curioso –la crisis político-nuclear con Corea del Norte pululando por allí de fondo–, no deja de adolecer de los mismos defectos que su precedente, si bien la chulería cargante de sus protagonistas, el baño de testosterona y la saturación de escenas de acción mareantes son justamente lo que el público que acude a ver este título a las salas espera, y a buen seguro dichos espectadores saldrán pletóricos de cada proyección, un poco siguiendo la estela de otra saga, la de Los mercenarios.
Así pues, estamos ante un mero entretenimiento repleto de escenas de acción que no pretende engañarnos en ningún momento. Meramente se procura que nos evadamos gracias a los elementos que despliegan para nuestro supuesto deleite, valiéndose de un guión muy limitado y sin demasiada chispa. Aun así, parece que las aventuras de estos soldados cuentan con el número suficiente de acólitos como para que la saga continúe, pese a sus no enormemente holgadas recaudaciones hasta el momento.