Es curioso comprobar cómo las decoraciones navideñas que nos han estado acompañando durante cerca de un mes cesan en cuestión de unas pocas horas de sugerir un mundo en paz y armonía celebrando una de las festividades más melosas que ha inventado el género humano para, una vez concluido el periodo de celebración, generar un rechazo innato en cualquiera que se halle ante los restos de las guirnaldas que decoran algunas puertas, los árboles iluminados que aún destellan a través de los cristales de ciertos hogares y los vejetes barrigudos vestidos de rojo que escalan balcones a la espera de una ráfaga de viento que los arroje contra la acera, descalabrando por el camino a algún desprevenido viandante. Con las películas americanas que intentan convencernos de las virtudes de la Navidad pasa tres cuartos de lo mismo: en cuanto dejamos atrás el día de Reyes comienzan a segregar un tufillo a putrefacción del que sólo pueden desprenderse esperando que pasen once meses y a que alguna cadena televisiva decida rescatarlas para servir de fondo a cualquier siesta de fin de semana acurrucados en el sofá.
Un vecino con pocas luces es uno de esos productos perecederos de temporada, que además ha llegado a nuestra cartelera apenas un par de días antes de cumplir su fecha de caducidad lógica, algo que inevitablemente acelerará aún más su salida de las salas de cine, para alivio de quienes deseen encontrar algo mínimamente más interesante que ver en la pantalla grande (y podemos atestiguar que no será difícil lograr el objetivo, viendo la calidad del objeto de este comentario).
Partamos del hecho de que el director John Whitesell y la tripleta de guionistas aquí participantes ya nos han ofrecido con anterioridad perlas del calibre de Esta abuela es un peligro 2. Así, no nos extrañará hallarnos ante un argumento que no hay por donde cogerlo: dos vecinos que van a establecer una competición a ver quién es capaz de iluminar su casa de forma más exagerada, convirtiéndose por consiguiente el ganador en el mejor representante de la Navidad en su barrio. Y es que hay gente aburrida por el mundo. Pues bien, la película es una sucesión de sketches y supuestas gracietas que sólo conseguirán satisfacer a esos espectadores que, tras haberse pateado todas las tiendas del centro comercial en busca de los regalos de Reyes, decidan darse un descanso que les evite pensar en demasía. Y ni aun así, nos tememos.
Lástima que ni la presencia de Danny DeVito, que elevaba el nivel de algunas cintas donde ha hecho aparición bien como intérprete, productor o director, sea capaz de aportar el más mínimo aliciente que salve de la quema total y absoluta a Un vecino con pocas luces, que ya desde el horrible título español (el original, Deck the halls, hace referencia simultáneamente a un conocido villancico americano y a una de las familias protagonistas, los Hall) nos advierte que huyamos de un producto que se funde como una bombilla barata a los pocos segundos de iniciarse la proyección. Estamos, en definitiva, ante una comedia muy floja que sólo nos servirá para perder hora y media de nuestra vida.