Estamos ante una propuesta de ciencia ficción que puede presumir de una impecable factura técnica pese a que todo suena a visto.
El regreso de Tom Cruise al terreno de la ciencia ficción ha hecho que a muchos aficionados al séptimo arte les venga a la mente Minority report (2002), hasta la fecha última incursión del actor en el género. Sin embargo, quien esto suscribe se atrevería a retrotraerse hasta 1988, fecha en que llegaba a las pantallas Cocktail, otro estreno del norteamericano que si bien no se circunscribía a la misma premisa futurista de la mentada cinta, sí que dependía sobremanera de esas cocteleras de bar donde se mezclaban diversos elementos, y que nos vienen de perlas aquí para explicar lo que hemos visionado.
Oblivion nos llega convertido en un recipiente donde se combinan decenas de referencias cinematográficas, principalmente de género fantástico. La coctelera preparada para que Cruise se luzca –de nuevo está presente en la práctica totalidad de planos– y la recaudación en taquilla sea pingüe incluye en mayor o menor medida evocaciones de títulos como Soy leyenda, Solaris, Desafío total, 2001: Una odisea del espacio, Moon, Wall-E, Gattaca, Fahrenheit 451 o la mismísima Independence day, por no mencionar las sagas de El planeta de los simios, Star wars, Matrix, Mad Max, Alien y Terminator o el sentido de la acción trepidante de Misión imposible. Ahí es nada.
No entraremos en más detalles de las citadas referencias. Aunque algunas son muy leves y captarlas o no depende de la cultura fílmica de cada espectador, comentar en más profundidad un buen puñado de ellas ayudaría a destripar una trama que juega con las sorpresas supuestamente inesperadas y los giros de guión para causar impacto, pese a que casi todo nos suene a visto –un segmento de la película tomado de aquí, otro de más allá– y tengamos una cierta sensación de déjà vu.
Estamos ante una propuesta de ciencia ficción que puede presumir de una impecable factura técnica y de saber sumir al espectador en la incertidumbre durante una buena parte de su metraje. La historia de unos humanos que reparan máquinas en un mundo postapocalíptico nos resulta familiar, pero hay algo en el modo en que se nos narra que nos hace seguir pendientes de la pantalla, pese al innegable protagonismo de un Tom Cruise muy mediático, pero cuyos defectos como actor son sobradamente conocidos por todos.
Sin embargo, cuando la película decide poner las cartas sobre la mesa comienzan a surgir los problemas de cara a su credibilidad. Quedan muchas preguntas en el aire –no al nivel de Prometheus, pero casi–, y las que se contestan dejar entrever un número excesivo de incoherencias argumentales. Además, tras un desarrollo general que va ganando en densidad según transcurren los minutos todo termina desembocando en un desenlace que se entrega sin rubor a lo convencional, confirmando la sensación de que ha faltado un mayor trabajo de guión.
Se agradece que el film funcione bien a nivel de entretenimiento futurista, pero en cuanto se intentan introducir elementos grandilocuentes lo cierto es que fracasa la construcción de este aparatoso edificio hecho celuloide. Las frases del personaje de Morgan Freeman, así como las reflexiones de baratillo –filosofía supuestamente trascendente– que se nos lanzan son torpedos que restan puntos a un producto que podía haber logrado mejores resultados artísticos apostando por una mayor sutileza.
Este nuevo trabajo como director de Joseph Kosinski (después de Tron legacy) entretendrá a quienes se contenten con un buen despliegue de medios visuales, una resultona banda sonora (firmada por M83), un puñado de sorpresas y algo de acción, pero los aficionados a la buena ciencia ficción probablemente echarán en falta una mayor sutileza, más profundidad en sus reflexiones y, en definitiva, una película que no funcione principalmente al servicio de su actor principal.