Ni su corrección ni su previsibilidad pueden salvar o condenar a un producto que en el mejor de los casos puede calificarse de mediocre.
“Nadie sabe nada”, sentenció una vez William Goldman, a propósito de todas las interpretaciones que productores, críticos y gente del cine, forzaban para explicar o pronosticar éxitos y fracasos en taquilla.
La realidad es que podrá ser así, pero en una época como en la actual, es fácil saber qué tiene posibilidades de llegar a la gran pantalla con independencia de sus verdaderas opciones de éxito: antes o después un estreno cincelado a gusto de las modas puede pillar con el pie cambiado a sus responsables, y desvelar el agotamiento de la audiencia (terca que sea, también termina por renegar de los abusos).
La cuestión es que, sí, hay géneros considerados filón de los que es cada vez más difícil salir, y conociendo los escasos márgenes que conceden a la creatividad, quien busque pagar la hipoteca a costa de la industria del entretenimiento, tiene pocas opciones para la originalidad: vampiros, zombies, invasiones marcianas o romances de emos es lo que permite llevar un proyecto a buen puerto, por lo que quizá con esa base pueda cocinarse algo a medida con un sabor propio.
Memorias de un zombie adolescente busca esa diferenciación apuntándose a otro rasgo seguro de taquilla, tan claro como su propio título indica. Zombie y adolescente parece el resultado de un estudio SEO, de un planteamiento estadístico-contable para asegurar un producto que se haga con la audiencia sí o sí, aún cuando su relato en demasiados tramos pueda dormir al espectador inquieto. Jonathan Levine dirige su adaptación a guión de la novela de Isaac Marion, en donde las torpes reflexiones de un zombie que se enamora de quien debería ser su víctima, conducen a un idilio que termina por socavar la división de clases apocalíptica (para irritación de los “huesudos”, una tercera especie cuya función únicamente es dar trama cuando la separación anterior pierda fuerza). ¿Originalidad? La justa y previsible, con un humor bajo mínimos y un cumplimiento de los tiempos de manual en que el mínimo esfuerzo termina por ser su único motor camino al desenlace.
Ni su corrección ni su previsibilidad pueden salvar o condenar a un producto que en el mejor de los casos puede calificarse de mediocre. Casi lo más agradecido es ese intento de trasladar una idea diferente cuyo potencial exprime con apatía, agotándolo demasiado pronto como para que alguien pueda obcecarse con la idea de una secuela atendiendo los resultados de la taquilla. Otra cosa es que no lo hagan.