Un tiro que discurre aprovechando cada uno de sus 130 minutos.
Cuando los defectos más estomagantes de las secuelas no se manifiestan en una segunda parte, difícilmente no lo hagan en la tercera. Será porque una vez puesta de manifiesto sin complejos la voracidad, la autoría o ese mínimo de vergüenza en las formas apenas tiene margen, y con dar con las suficientes escenas para montar un tráiler aseado, el objetivo se da por cumplido.
En ese sentido, en la estrategia de Disney con Marvel se podrán cuestionar muchas cosas, pero sí parece haber algo positivo en la consciencia de su modus operandi: si el futuro de la compañía se debe a la explotación sistemática de unos pocos nombres, lo mejor es hacerlo con interés. Tienen recursos técnicos, tramas cocinadas entre viñetas para alimentarles durante décadas, y presupuesto para combinarlo todo de la mejor forma posible tirando a los talentos que se les antojen.
Probablemente sea por eso que Iron Man 3 ha acabado siendo -por encima de variadas consideraciones caprichosas que la sitúan en uno u otro punto de una supuesta jerarquía- una película inapelable. Un tiro que discurre aprovechando cada uno de sus 130 minutos poniendo de manifiesto por qué Shane Black es autor de clásicos de la acción como El Último Boy Scout o Arma Letal: su capacidad para equilibrar guiones permite hablar a sus personajes cuando deben hacerlo –tengan o no qué decir–, construir trama y no dejar ni un respiro al combinarlo con escenas de acción de un frenetismo espectacular, en que si hay posibles golpes a la coherencia o al verismo, el espectador está demasiado atrapado para cuestionar nada.
Iron Man 3 cierra una trilogía que en las antípodas de los tratados de Nolan con El Caballero Oscuro son un divertimento de primer nivel, relatado con humor y frescura, el justo grado de cinismo para no salirse de la ficción, y sí cuestionar las estridencias de sus acciones y dar la justa humanidad a unos personajes que viven en un parque de atracciones. Deja además la esperanza a que si esta combinación de habilidades se mantiene con tanto acierto, los éxitos puedan seguir reproduciéndose por más que los espectáculos más rotundos de los crossover –idolatrados casi unánimemente Los Vengadores– pequen de mayor oquedad y superficialidad argumental. Sí: puede que manipule algún personaje clásico y se mofe de su naturaleza de villano. Sí: evidencia en algunos tramos el deseo de la Disney de someterse a unos límites e introducir personajes más o menos secundarios con los que acercarse a determinadas edades y cumplir con mandato familiar. Pero si el resultado es tan acertado al cumplir con su labor de entretenimiento, bienvenida sea la feria y la rentabilización de sus monstruosas inversiones.