Drama coral elegiaco y emotivo, pero superficial. La ideología por encima de la madurez y la autoexigencia artística
Aunque en un diálogo de Bobby se cite expresamente como referencia Gran Hotel, aquella producción Metro Goldwyn Mayer de 1932 que instituyó el modelo de drama coral protagonizado por centenares de estrellas, el film escrito y dirigido por Emilio Estévez -hijo de Martin Sheen, hermano por tanto de Charlie Sheen, actor sin relevancia y firmante hasta la fecha de varias nimiedades- está más relacionado con Short Cuts (1993) o Magnolia (1999); películas que no se quedaban, al modo de un culebrón televisivo, en lo anecdótico o lo folletinesco en sus retratos de varias vidas cruzadas, sino que ambicionaban atrapar a través de sus miradas poliédricas el espíritu de una época y hasta las grandezas y miserias intemporales de la condición humana.
No faltan ni siquiera en las tres películas catástrofes finales que aportan al devenir de los acontecimientos un sentido apocalíptico. Sin embargo, mientras que el inesperado terremoto de Short Cuts o la bíblica lluvia de ranas de Magnolia impulsaron ambas ficciones a un nivel de trágica grandiosidad, el asesinato del senador Robert Kennedy está ligado pedestremente desde que comienza la película de Estévez al destino de veintidós de las personas que abarrotaban el californiano Hotel Ambassador, escenario idóneo para una representación de este tipo y sede del equipo demócrata que lideraba Kennedy aquel 5 de junio de 1968 en que ocurrió la tragedia. Estévez parece creer, como reflejan las vivencias más o menos ficticias de los personajes y la intercalación entre ellas de largos paréntesis documentales que loan a la figura histórica, que la felicidad de los seres humanos, de una nación, está en manos de un líder decente.
Este punto de vista puede servir a fanáticos de uno u otro signo para polemizar. Es útil incluso para establecer un atractivo paralelismo entre dos instantes de la historia norteamericana, 1968 y 2006. Por desgracia responde también a una concepción maniquea y simplona de la vida que se plasma en los conflictos que sufren los personajes de Bobby, mucho menos interesantes, cuando no del todo irrelevantes, que los momentos “protagonizados” por Kennedy. Estévez, como su padre, pertenece a la rama liberal, bienpensante, progresista, de la comunidad cinematográfica norteamericana, y Bobby cumple a la perfección como panfleto a favor de una política sin duda valiosa (por algo fue desmochada). Pero esa misma ideología devora cualquier otra pretensión artística, y por ello lo referente a los personajes de ficción no respira, está sometido al tópico.
Una cámara dinámica y algunas interpretaciones excelentes –destaquemos el duelo de Sharon Stone y Demi Moore ante el espejo de una peluquería, y a Laurence Fishburne- salvan la función, que no aburre en ningún momento y sabe testimoniar los anhelos y desilusiones de una generación. Por lo demás, Bobby es una película emotiva, agradable, capaz de suscitar más de una reflexión durante su visionado, pero finalmente superficial por culpa de un guión tosco y efectista, y de unos dictados ideológicos que asfixian –si es que las había- intenciones más puramente artísticas, que de haber sido atendidas habrían repercutido encima en una mayor credibilidad de la propaganda. Dediquemos un minuto a recordar JFK (1991).