Siguiendo la estela de un cine comprometido con la visión de una realidad marcada por el sentir cotidiano, Felipe Vega aborda junto al guionista Manuel Hidalgo otro ejercicio de estilo intimista, como ya hiciera en su anterior largo Nubes de verano, donde las relaciones entre personajes se erigen como base fundamental en el desarrollo lógico de la narración. Para ello, el director dispone de un elenco dispuesto a compartir toda su experiencia –intérpretes de la talla de Adolfo Fernández, Blanca Apilanez o Emma Vilarasau- con una generación de jóvenes promesas –Bárbara Lennie, nominada al goya por Obaba y Alberto Ferreiro- que vienen pisando fuerte a pesar de contar con poco más de veinte años.
Como destacado artesano en relaciones humanas complejas que es, Vega trabaja la trama desde la composición de unos personajes especializados en la búsqueda de algo que ni ellos mismos saben muy bien qué es, para dar sentido a sus vidas a través quizá de la negación de los sentimientos o la aparición de la culpa, hasta hacerse perfectamente comprensible a los ojos del espectador sin necesidad de justificar sus acciones.
Tras la minuciosa construcción de esta personalidades heridas, el hilo argumental les lleva a tomar partido, en ciertas ocasiones de manera forzada, creándose alrededor de ellos un halo de fragilidad buscada. El mismo interés del director de Un paraguas para tres por sus actores se palpa también en la elección de los escenarios clave de la capital madrileña, produciéndose el inicio y el desenlace en el mismo emplazamiento, el Retiro, dándole un premeditado sentido cíclico que encierra una secuencia dramática con mucho jugo.
Es por esto que Mujeres en el parque logra despojarse de recursos manidos en el terreno dramático para apostar por una idea fílmica poseedora de un ritmo mucho más personal y elaborado, donde la intensidad de algunas escenas choca con frases sacadas del manual de lo cotidiano, consiguiendo plasmar trozos de vida que se nos antojan de lo más cercanas. Esta mezcla de sentimientos llevada a la práctica provoca la admiración por un director que domina un estilo para desarrollar historias en las que abundan los personajes faltos de espíritu aunque no exentos de contradicciones.
Cinta que huye de mensajes explícitos, tranquila, cercana a lo que conocemos, reposa en la solidez de un retrato humano repleto de desencanto, donde el pasado afecta irremediablemente a las generaciones futuras, realzando la incomprensión establecida entre ellos, situación que se sostiene gracias a un reparto que ejerce una labor excepcional en sus interpretaciones, desde el primero al último.