Lo suficientemente salvaje como para que el público de centro comercial que buscaba acción descerebrada roce la sobredosis.
En el último número impreso que se publicó de Fandigital, su portada ilustraba el curioso fenómeno de las películas que llegan por duplicado. La tendencia tiene numerosos ejemplos, entonces representados por un regreso multiple de Blancanieves cuyas causas concretas se nos escapan. Ahora, apenas un año después, el fenómeno se vuelve a reproducir con lo que no deja de ser una variante del género apocalíptico, la toma de la presidencia de EEUU que en la versión que nos ocupa corre a cargo de Antoine Fuqua.
Sería sencillo desdeñar una propuesta simple y explosiva como la que nos ocupa atendiendo a su visceralidad e inevitable recurso a tópicos. Pero lo cierto es que la forma de manejarse con ellos en Objetivo: La Casa Blanca, con el justo cinismo, permite que los minutos transcurran con interés a la espera del siguiente momento de pirotecnia buscando subir el listón.
El primer acto apenas dura lo que la introducción del tráiler. En adelante las dos horas son una continua sucesión de aniquilaciones en que la toma de la Casa Blanca es lo suficientemente salvaje como para que el público de centro comercial que buscaba acción descerebrada roce la sobredosis con indiferencia de quienes son los que han tramado el golpe de estado (o quienes son los traidores, o cuales son sus causas… “adornos de guionistas”).
A falta de ver en qué se concreta Asalto al Poder, de un Roland Emmerich encerrado en las destrucciones a las que le condena la industria, Objetivo: La Casa Blanca se sitúa por encima de unos mínimos con que cumple con su función holgadamente. Gerard Butler encarnando a un héroe que trata de emular al de los tiempos en que Bruce Willis resolvía entuertos sin necesidad de caer en buddie movies satisfarán más de lo que lo hacen las últimas secuelas decadentes de esa franquicia. Y, evidentemente, quien quiera cine de arte y ensayo, se ha equivocado de sala.