Quienes hayan devorado las cinco partes previas no tendrán reparos en calificar esta como una de las mejores.
La que antaño fuera una franquicia básicamente orientada a los amantes del tuning y la velocidad ha ido mutando de estilo en fechas recientes con el objetivo claro de no agotar la fórmula, pero también con la mira puesta en buscar un tipo de público más general que pueda sentirse atraído por las peripecias de los protagonistas. A la carreras de coches se han sumado elementos propios del cine de acción que hacen que no cueste demasiado encontrar paralelismos y similitudes entre la saga que aquí nos ocupa y –quién lo iba a decir en su día– títulos como G.I. Joe, Transformers, Los mercenarios o las aventuras de los mismísimos James Bond o Ethan Hunt.
En Fast & furious 6 el ya conocido equipo de diestros conductores acepta un trato para lograr anular los cargos criminales que pesan contra ellos en territorio estadounidense. Para conseguirlo deberán ayudar a capturar a un peligroso y escurridizo ladrón que cuenta a su vez con el respaldo de una banda de tecnificados delincuentes. Nada nuevo bajo el sol, ya que hemos visto infinidad de veces películas que parten de premisas similares.
Quienes hayan devorado las cinco partes previas no tendrán reparos en calificar esta como una de las mejores. Tal vez se deba en parte a la pericia de su director –un Justin Lin que se pone por cuarta vez a los mandos de la nave– o a la buena dosis de elementos que ya podíamos encontrar con anterioridad en esta misma serie: acción trepidante, persecuciones interminables, apología de la conducción temeraria, destrucción masiva de bienes públicos y privados, actores de excelente condición física para enfrentarse a los retos que demanda de ellos el guión, enfrentamientos y peleas de diversa índole... Más de lo mismo, aumentado, mejorado y con la adrenalina corriendo a raudales.
Los espectadores que, por el contrario, ya sepan de qué pie cojean estas cintas, van a encontrar de nuevo motivos sobrados para despotricar en su contra, e incluso para abandonar la sala a mitad de proyección si fuera necesario. Aunque hay cierto tono autoparódico y se pugna por no tomarse nada demasiado en serio, lo cierto es que hay un buen puñado de frases lapidarias que arruinan dicho efecto. Los tópicos de baratillo abundan tanto en el desarrollo de los chulescos personajes como de las situaciones, y los delirantes excesos cometidos en los segmentos de acción claman al cielo. Por si fuera poco, casi todo se resuelve a golpes, pero cuando se ralentiza el ritmo la poca empatía con los protagonistas provoca tedio.
Si además mencionamos unos cuantos elementos metidos en la trama con calzador –el tanque, el “batmóvil”, el paso de uno de los personajes por la cárcel, la aportación de Elsa Pataky–, queda patente que la suma en la pantalla de tantos fornidos luchadores urbanos solo provoca mayor hastío e incongruencias. Y atentos a la escena de los créditos finales, porque se anuncia un nuevo guerrero de postín que ha sido fichado para la saga.