Enésima comedia edulcorada y falta de chispa.
En los tiempos que corren parece que sea harto complicado lograr llevar a buen puerto una comedia en condiciones, al menos en lo referido a la gran pantalla. En el ámbito televisivo estamos acostumbrados a ver cómo el formato de veinte minutos de duración es el más propicio para lograr impactar humorísticamente en el espectador: pese a su diversidad de temáticas, es complicado negarle los méritos a títulos como Modern family, Big bang, Cómo conocí a vuestra madre, Finales felices, Man up, Community, Hope o Arrested development... y los que nos dejamos en el tintero.
Sin embargo, en el medio cinematográfico es excesivamente fácil encontrarnos cada pocas semanas (o incluso cada siete días) con unos patrones claramente reconocibles que, a fuerza de no recibir un tratamiento apropiado, terminan por provocar el hastío en unos espectadores acostumbrados a –o deseosos de– un ritmo más vivo, unas situaciones más ingeniosas y unos diálogos que consigan perdurar más allá de la media hora siguiente al final de la proyección.
La canadiense Mi gran aventura sexual no supone ninguna mejora significativa respecto a los defectuosos estrenos-tipo que comentábamos hace un momento. Se intenta dar un aire pícaro a las andanzas de un pobre diablo que trata de conseguir que la larga relación con su novia no naufrague, metiendo a este pagafantas en una cadena de situaciones relacionadas con prácticas sexuales poco habituales en la gran pantalla, o al menos en este tipo de productos tradicionalmente tan almibarados. Así pues, se le embarca en una suerte de viaje iniciático –las comparaciones con el aprendizaje de Luke Skywalker con el maestro Yoda no están mal traídas– para añadir el picante que le falta a su actuación en la cama.
Pese al intento de buscar la provocación fácil y de captar a espectadores ávidos de emociones –basta con fijarse en el título o en el cartel de la película–, lo cierto es que estamos ante la enésima comedia edulcorada y falta de chispa. Su desarrollo no ofrece ninguna sorpresa, los vaivenes de la trama son de manual barato y se ven a la legua, abundan las casualidades sonrojantes –hasta tres o cuatro se acumulan en una secuencia concreta–, y pocos gags consiguen mover aunque sea a media sonrisa. Más benévola que transgresora, todo lo más que se podría decir de esta cinta es que resultará simpática si las expectativas que se tienen son prácticamente nulas y no confiamos ciegamente en encontrar un tórrido tono sexual que haga que la experiencia valga la pena.