Hablar de La vida abismal que nos presenta el director Ventura Pons (Amic/Amat, Actrius, Animales heridos) supone adentrarse en los convulsos años setenta en un país que empezaba a despertarse del letargo de la dictadura franquista. Los primeros síntomas de libertad y revolución comienzan a tener un significado palpable y ese marco sirve de excusa para narrar el viaje iniciático de un adolescente confundido (el debutante José Sospedra) que acaba buscando refugio en garitos donde el juego le descubre otra forma de sobrevivir en la España gris de la época. Su enorme fascinación le obliga a conocer al Chino (Oscar Jaenada Camarón, Noviembre) un jugador de cartas que le aleja de la monotonía en la que se hallaba inmerso, permitiéndole llevar una vida tan intensa como fugaz.
Basada en la novela casi autobiográfica del escritor valenciano Ferran Torrent (de hecho, el nombre del adolescente coincide con el nombre del escritor) La vida abismal se desvela como un intento de destapar la memoria de toda una generación cuyas circunstancias obligaban a adaptarse a una sociedad en constante evolución. Su director, célebre en la adaptación de novelas de creadores contemporáneos como Benet y Jornet se enfrenta a la dificultad del traslado de la de Torrent aligerando quizá más de lo debido el sentido de la historia. La cinta resulta liviana porque Ventura no ha sabido aprovechar los cuantiosos recursos que el relato le brindaba. En primer lugar, los conflictos surgidos en la época en la que se desarrolla son utilizados como simple anécdota graciosa carente de toda entidad narrativa (con la aparición del típico-tópico cura y su pastel). Esto queda compensado con una dirección artística que testimonia sin dificultad la Valencia de los años setenta, sin duda una de las mejores bazas con la que cuenta a la hora de implicarnos visualmente en la narración. Y es que de eso se trata, conseguir la implicación del espectador en la historia, responsabilidad asumida en la figura de Oscar Jaenada en un papel que le va como anillo al dedo y que le permite cumplir su labor en casi todas sus actuaciones (quizá vaya siendo hora de perdonarle su desliz en el bodrio XXL).
No obstante, eso no basta para levantar una película que flaquea a la hora de plasmar las sensaciones que produce el juego en sus protagonistas. Así, algo tan relevante en su argumento como las escenas de cartas no logran transmitir en su totalidad la emoción que necesitaban, dando un efecto neutro. Es una pena que Ventura Pons haya desperdiciado en cierto modo un talento ya demostrado a lo largo de su carrera conformándose en filmar una historia que no pasa de ser meramente entretenida. Sin duda La vida abismal daba mejor juego.