Conociendo los antecedentes fílmicos de Dwayne Johnson, alias The Rock, hasta la fecha parecía bastante claro qué tipo de productos cabía esperar cuando su rostro aparece destacado en los carteles de los mismos. Dos estrenos tan recientes como G.I. Joe: La venganza o Fast \& Furious 6 no han hecho sino confirmar la imagen prototípica residente en el imaginario colectivo de esta antigua estrella de lucha libre.
Sin embargo, El mensajero nos sorprende gratamente al dar a Johnson un rol protagonista inédito en su carrera: el de padre de familia vulgar y corriente –aunque haya que hacer la vista gorda para no preguntarnos de dónde ha sacado esos pétreos músculos un tipo tan supuestamente normal– que debe enfrentarse a un drama cuando su hijo corre peligro de pasar una larguísima temporada en prisión por posesión de drogas.
El mayor valor de la película reside quizá en criticar sin miedo a una parte del sistema judicial norteamericano, que funciona utilizando a unos delincuentes para capturar a otros. El premio para los primeros es conseguir una reducción de condena. La única salida viable para los segundos es conseguir implicar a algún conocido suyo para menguar los años que van a pasar a la sombra, prolongando así la cadena de trampas que se tienden entre los propios malhechores. Pensemos en el dicho aquel de que un clavo saca otro clavo, pero perpetuado hasta el infinito mientras los contactos de cada individuo lo permitan.
Metido de lleno en este círculo vicioso, nuestro protagonista actuará en beneficio de su hijo y mostrará el arrojo necesario para tratar de dejarle en bandeja a las autoridades a un peligroso narcotraficante. Las cosas se complicarán, por supuesto, pero básicamente ahí tenemos el argumento.
Basado en hechos reales, el filme nos llega con una realización firme que transmite la tensión oportuna en cada momento, y que muestra unas formas cercanas a la narración de ciertas cintas indies, muy realista y creíble. Aunque a buena parte de los actores los hayamos visto anteriormente en productos de dudosa calidad, lo cierto es que en el contexto que los vemos aquí cumplen de sobra y contribuyen a que todo fluya con dignidad. Si añadimos a una Susan Sarandon que aporta una enorme credibilidad interpretativa –y cuyo personaje es fiel retrato de ciertos cargos electos de Estados Unidos– lo cierto es que pocos peros se pueden poner en dicha parcela.
Aquellos espectadores que esperen la típica cinta de Johnson saldrán despagados, es inevitable. En este drama hay concesiones a la comercialidad, con alguna escena de acción más desmadrada, pero en ningún momento se pierde el norte de lo que se pretende tratar como tema de fondo, es decir, las contradicciones del sistema judicial norteamericano (atentos a los rótulos finales, porque son demoledores al comparar diversos tipos de penas). Los personajes nos importan lo suficiente, los sucesos nos entretienen y el regusto cuando todo concluye es más que positivo. Quién hubiera dicho que una película de The Rock nos podía llegar a interesar.