Sólo ocasionales aciertos al introducir el aporte tecnológico dejan alguna huella en su camino hacia el olvido.
El buen aficionado al cine de terror sabe que si algún día necesita de la impagable ayuda tecnológica de su teléfono móvil para salir de un aprieto, contará sólo con una raya de cobertura. Una raya juguetona, de las que aparecen intermitentemente y permite como máximo un susurro entrecortado como parte de una comunicación imposible.
Con todo, son muchas las ocasiones en que en el curso de una proyección es inevitable plantearse cuánto le facilitaría las cosas al protagonista si en ese momento contara con su ayuda. Crea la necesidad de no abandonarlo nunca, de contar siempre con su ayuda potencial. Una película que desmonta esa idea antes si quiera de los títulos de crédito, merece una mención.
Por lo demás, Cry Wolf tiene la única y cuestionable aportación al género de ‘adolescente descerebrado que huele a muerto’ de dar una modernidad tecnológica. El chat y el móvil a pleno rendimiento son los instrumentos cotidianos que se incorporan a otra historia de suspense en el campus. Jeff Wadlow y Beau Bauman tuvieron sólo dos semanas para escribir el guión original de la película. Dejando a un lado la épica del asunto, podría afirmarse que eso se nota en la versión final y que las prisas y la improvisación se han convertido en una de sus formas. Cierto que el público al que va dirigido rebaja las aspiraciones y la exigencia de una coherencia constante, que eso permite confiar en argumentaciones ligeramente hilvanadas y en giros con una justificación mínima entre las prisas y el desdén. Si además, el primero del dueto de guionistas ejerce de director y el segundo de productor, nos encontramos que su complicidad sirve de horma para un producto diseñado según las convenciones Scream. A los protagonistas sólo les faltan unas sesiones de gimnasio y al ritmo un acabado visual y acústico de impacto todavía más superficial como impone la aciaga saga, pero cumple a la hora de meterse en la categoría.
En cuanto al objetivo de renovar la fábula de Pedro y el lobo (sic) resulta poco más que insípido. La historia mantiene el interés sólo con generosidad y la mezcla de un juego de mentiras y una realidad peligrosa se combina con sopor e indiferencia. Sólo ocasionales aciertos al introducir el mencionado aporte tecnológico en puntuales momentos de tensión dejan alguna huella en su camino hacia el olvido.
Con este panorama poco importan los detalles colaterales. Una estrella del rock venida a intérprete, viendo como su carrera cinematográfica cuidadosamente planeada en sus inicios se le va definitivamente de las manos, o una montaña rusa final de giros mareantes en lo que se refiere al desenlace argumental, quedan como puras anécdotas. En lo que se refiere al público al que va dirigido probablemente no note las diferencias como le costará apreciar lo rancias que están sus palomitas o aguados sus refrescos. Tienen lo que quieren. El resto podrá pasar por encima de ella con moderada atención, sin sentirse especialmente insultado –cosa frecuente en el género y más con tanta voluntad de sorpresa– y agradeciendo la contención en lo gore. Después será fácil fingir que nunca ha pasado.