El género musical en el cine se resiste a morir, y con regularidad da fogonazos que iluminan durante una temporada su parcela a base de diversos premios y reconocimiento de crítica, público o ambos (ejemplos: Moulin Rouge, Chicago...) para luego languidecer de nuevo a la espera de otro bombazo que vuelva a ponerlo en el candelero y que haga que hasta en los informativos se reverdezcan los laureles de Gene Kelly y similares.
Dreamgirls llega dirigida por Bill Condon (Kinsey, o la más lejana en el tiempo Dioses y monstruos), y ya ha cosechado tres Globos de Oro y el honor de ser la película con más nominaciones a los próximos Oscar (ocho en total, aunque tres de ellos recaigan en la misma categoría, la de mejor canción). En la película, basada en un exitoso musical de Broadway, se elabora una especie de biopic donde las ficticias protagonistas trazan un recorrido paralelo a lo sucedido en realidad a las Supremes de Diana Ross: de coristas de James Brown a emprender su carrera en solitario y a marcar toda una época en la música de finales del siglo pasado. Todo ello pertinentemente decorado con las rencillas internas de las chicas o con su autoritario productor, así como diversas relaciones amorosas que van guiándonos a lo largo de las más de dos horas de duración.
A su favor diremos que casi todos los actores sorprenden por lo bien que lo hacen (ya se sabe, a expectativas bajas...). Eddie Murphy es un émulo prácticamente perfecto de James Brown, Jennifer Hudson (salida del Operación Triunfo americano) deslumbra con su voz e incluso supera la labor interpretativa de alguno de sus compañeros, y se nota que Beyoncé Knowles va mejorando en su actuación (lo de cantar ya lo dominaba). El único que fastidia es precisamente Jamie Foxx, que se pasa todo el film con la misma cara y, a fuerza de que el guión haga que nos caiga mal, terminamos detestándolo.
Además, las canciones que interpreta el trío de mujeres sobre los escenarios destacan frente a las mayoría de las demás composiciones, que caen en lo hortera y agotan por lo largas que resultan. Tras tantos minutos de proyección el espectador acaba saturado de gorgoritos (por muy bien ejecutados que estén) y tiene la sensación de estar viendo descartes de los ensayos de OT, aunque como se interpretan muchos estilos diferentes siempre habrá alguno que guste más al respetable y lo tenga entretenido.
Sin embargo, el guión no sabe escapar de los convencionalismos de los biopics, y además está construido a base de capítulos que no se interconectan demasiado bien, dejando la sensación de que nos hemos perdido algo entre medias al fallar las transiciones. Luego ya depende del espectador que lleguen a interesarle las idas y venidas de personajes, o que sencillamente le dejen frío y tenga que distraerse atendiendo a lo cuidado que está el vestuario, el maquillaje, la peluquería, los decorados... Pocas sorpresas en definitiva para un producto que contentará a los que esperen exactamente aquello que promete: dos horas de espectáculo musical típicamente hollywoodiense.