Por mucho que el prestigio de M. Night Shyamalan siga en caída libre, 'After Earth' vuelve a demostrar su elegancia como director.
La posibilidad de vencer el miedo es un argumento capital del cine de M. Night Shyamalan. Ya sea el miedo a nuestra verdadera naturaleza, como en El sexto sentido, El protegido y Airbender; el miedo al otro, como en Señales, El bosque y La joven del agua; o el miedo a lo azaroso de la misma existencia, como en El incidente. After Earth insiste en el asunto, refiriendo al igual que El incidente los terrores de sus protagonistas a un mundo, el nuestro, que ha dejado de atesorar el sentido que habíamos dado por hecho; un mundo cuya repentina extrañeza nos imposibilita el seguir confiándonos a nuestras certidumbres y nuestra razón instrumental.
After Earth ha sido escrita a partir de una idea de su protagonista, Will Smith, por el propio Shyamalan junto a Gary Whitta, guionista también de la extraña y religiosa odisea post-apocalíptica El libro de Eli. Cuenta en términos de ciencia ficción cómo un mítico militar, Cypher Raige (Smith), y su hijo Kitai (Jaden Smith, asimismo hijo de Will) intentan sobrevivir, tras estrellarse la nave espacial en la que viajaban, en nuestro planeta, abandonado mil años atrás por los seres humanos debido a razones que no desvelaremos. El militar queda incapacitado para moverse, y habrá de ser el joven quien recorra en solitario una Tierra salvaje, llena de peligros, para lanzar una baliza que propicie el rescate de ambos. En el trayecto, Kitai se verá obligado a afrontar literal y metafóricamente temores muy arraigados en su psique.
La moraleja de After Earth es obvia, y el desarrollo de la misma peca de más obvio todavía, por mucho que los guiños a Moby Dick y los rumores en torno a un posible discurso cienciológico oculto en las imágenes inciten a alguien a pensar que nos hallamos ante una película más compleja de lo que parece. De hecho, si algún mérito tiene After Earth es que, a pesar de cifrarse su presupuesto en ciento treinta millones de dólares, tiene un empaque narrativo y atmosférico propio de la serie B: Va al grano, tiene claro lo que quiere expresar y el cómo, apenas dura cien minutos —al parecer el metraje ha sufrido una poda considerable—, no distrae en definitiva su atención ni la nuestra en ningún momento.
Ello no quita para que nos hallemos además ante un espectáculo, aunque tan sostenible como la ingeniería y la arquitectura humanas que se ven en el film. Un espectáculo pues atemperado, que debe tanto a los efectos visuales y las localizaciones naturales como a la labor de M. Night Shyamalan, a quien por mucho que su carrera creativa siga en caída libre —esta su última realización también ha sido un fracaso crítico y popular en Estados Unidos—, no se le puede discutir la elegancia como director.
Examinada con frialdad, la película tiene numerosos defectos: Ni Will Smith ni mucho menos su hijo Jaden están inspirados; abundan las incongruencias y los lugares comunes; el mensaje, como ya hemos apuntado, es simplón y maniqueo… Sin embargo, hay algo en la modestia —pretendida o no— del conjunto que nos resulta simpático. After Earth es a M. Night Shyamalan lo que Invictus a Clint Easwood o Lincoln a Steven Spielberg: Una obra en la que el autor se ha olvidado un poco de sí mismo, de su imagen, de lo que esperan sus palmeros, y que respira por ello una sencillez de agradecer.
Hay quien afirma que Shyamalan nunca volverá a dirigir en Hollywood, que debería tener el valor de abandonarse a los presupuestos modestos y las ideas realmente originales. Teniendo en cuenta que Hollywood es hoy por hoy un transatlántico a la deriva y con cien agujeros en su casco, igual sería ese un movimiento no arriesgado por su parte sino perfectamente lógico. Bastaría con que Shyamalan perdiese el miedo. A las comparaciones con lo que fue una vez, a sus delirios autorales, a las expectativas que muchos han depositado en él y que le han hecho flaco favor. Bastaría con que aprendiese, como sus personajes, a vencer el miedo al miedo.