Tras haber dirigido junto a Daniela Fejerman tres comedias discretas aunque con algunos puntos de interés (A mí quién me manda meterme en esto, A mi madre le gustan las mujeres y Semen, una historia de amor) nos llega ahora el primer trabajo en solitario de Inés París, donde se nos plantea una historia que gira en torno a un encuentro imaginario entre dos figuras de la literatura universal como son Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Parece obvio decir que hay que enfrentarse a Miguel y William bastante desprejuiciado, porque si queremos analizarla desde el punto de vista del académico de la lengua nos cerraremos en banda ante un sacrilegio de estas proporciones, echando por tierra a las primeras de cambio un producto que acaba por ser más digerible de lo que funestamente prometía el trailer. No podemos negar que la presencia de Elena Anaya resulta tan magnética que cuesta apartar la mirada de su cara, o que las limitaciones del presupuesto (tan fastidiosas siempre cuando intentas hacer una producción de época mínimamente creíble) le dan un punto de agradable teatralidad a la cinta que hace que acabemos por calificarla como “modesta” antes que “cutre”. Y qué decir de la maravillosa música de Steven Warbeck, que por sí sola levanta la película en bastantes pasajes.
El guión, sin embargo, no es como para tirar cohetes precisamente, transita por lugares bastante reconocibles, salpicado aquí y allá con unos guiños demasiado forzados a algunas de las obras más conocidas de ambos literatos protagonistas. El aplomo de Juan Luis Galiardo y la frescura de Will Kemp (aunque peque de histriónico en ocasiones) hacen que pasemos por alto esos defectos y nos centremos en lo que tenemos delante, un pequeño divertimento que puede cabrear a los predispuestos contra el film, pero que hace esbozar más de una sonrisa a poco que se rebaje el nivel de exigencia (al fin y al cabo, esto no es Hollywood y no podemos hacer otro Shakespeare in love así como así) para dejarse llevar por esta comedia ligera de enredo, género donde parece que Inés París ha encontrado un terreno donde moverse a sus anchas. Detalles como la sexualidad del temible inquisidor o las palabras finales de Elena Anaya demuestran que la directora no le tiene miedo a ser políticamente incorrecta, y es que hacer comedia tradicional no significa abusar de tópicos apolillados.
Si a propósito de Semen un servidor escribió que “la historia entra más por los ojos que por el cerebro”, aquí habría que añadir que también tiene una importancia capital la componente musical. Y si hay que hablar de ojos, hablemos de los de Elena Anaya...