Nos encontramos ante un perfecto 'blockbuster' veraniego, para lo bueno y para lo malo.
Cuatro años después, J.J. Abrams retoma la saga que ayudó a relanzar con acierto. Mientras la legión de fans de Star Wars esperan la visión que el cineasta pueda aportar a dicha franquicia, los de Star Trek disfrutan a buen seguro de su interpretación de las aventuras de los tripulantes de la Enterprise, a la vez que probablemente levantan una ceja con suspicacia, temiendo qué pueda acontecer a sus personajes favoritos ahora que el nuevo Spielberg tiene intención de dejarlos en otras manos.
Star Trek: En la oscuridad no ofrece las suficientes novedades como para que podamos afirmar que se trata de algo más grande, más fuerte o más rápido que el reboot anterior, pero sí que logra situarse un peldaño por encima de aquel. Ya no hay que detenerse a presentar a los personajes, así que la acción nos asalta desde un primer momento, dejando pocos resquicios para la pausa o cualquier tipo de reflexión (siendo maliciosos, ahora podríamos recordar que la serie original supuestamente era un canto al hermanamiento pacífico entre razas, especies y planetas).
Nos encontramos ante un perfecto blockbuster veraniego, para lo bueno y para lo malo. Abrams ya ha demostrado sobradamente en el pasado que sabe rodearse de excelentes profesionales, y aspectos como la música o todo lo relacionado con el aspecto técnico o los efectos visuales están cuidados al máximo para ofrecernos justo lo que un espectador ávido de emociones está buscando.
El guión, por su parte, no se aleja demasiado de aquel que puso en imágenes en 2009. Acción trepidante y espectacular, dinamismo manejado con soltura, desenfado en los diálogos, personajes dibujados con cuatro pinceladas que hacen su aportación cuando toca (y solo entonces), los toques precisos de drama... Se mantiene el respeto por la parroquia trekkie –continúan los guiños y las referencias–, pero sin renunciar a un público general que, obviamente, contribuirá a mayores réditos en taquilla de los que puedan aportar únicamente los fans del Sr. Spock. Ah, y capítulo aparte para un actor de la talla de Benedict Cumberbatch (Sherlock), que interpreta a un villano que prácticamente convierte en invisibles a todos sus compañeros de reparto.
En la vertiente negativa nos encontramos con esos aspectos ya habituales en este tipo de cintas de acción (¿seguro que esto es ciencia ficción?) orientadas hacia el entretenimiento palomitero: poco desarrollo de personajes, líneas argumentales tremendamente previsibles, la preocupante acumulación de casualidades... Una cosa es que Spock, parafraseando a Arthur Conan Doyle, acepte lo improbable –en oposición a lo imposible–, pero de ahí a que comulguemos con lo inverosímil va un buen trecho.
Pero por encima de todos, y como ya señalara nuestro compañero Diego Salgado en su día, Abrams sigue sin demostrar auténtica personalidad. La película no abre ningún camino nuevo –ahora menos todavía, ya que le basta con seguir la senda de su anterior entrega– ni ofrece momentos realmente memorables, más allá de la pirotecnia visual. Estamos ante un producto sin riesgo, sin inventiva, sin originalidad. “¿Donde ningún hombre ha llegado jamás?” ¡Ojalá!