Cinta que transita con dignidad diversos registros –biográfico, sociopolítico, exótico- sin dejar mucha huella en ninguno
Escribe el periodista especializado Peter Biskind que “en cierta manera, todas las películas tratan de sí mismas”. Cuando en el desenlace de El Último Rey de Escocia el dictador ugandés Idi Amín Dada (Forest Whitaker) echa en cara a su asistente personal, el escocés Nicholas Garrigan (James McAvoy), que su estancia de cinco años en el país africano ha sido una farsa, que no ha sabido retirar en ningún momento de sus ojos la venda de los prejuicios y la superioridad con que un blanco suele afrontar la realidad de los países subdesarrollados, se nos ocurre pensar, evaluando la película, que los guionistas Peter Morgan (La Reina) y Jeremy Brock, y el director Kevin Macdonald han aprovechado ese monólogo de Idi Amín para reconocer la limitación de sus propias miradas sobre el siniestro personaje histórico y su caldo de cultivo.
De las tres producciones estrenadas curiosamente en las últimas semanas con África como telón de fondo, El Último Rey de Escocia nos parece la más interesante. Atrapa el Fuego, pese a ser la que más voz concede a los propios africanos, sucumbe bajo el peso de la indefinición genérica y la corrección. Sobre el cinismo de Diamante de Sangre será mejor correr un tupido velo. Y no es que la película que ahora nos ocupa cale muy profundamente en los entresijos políticos de la Uganda sometida entre 1971 y 1979 a los caprichos de Idi Amín y a las manipulaciones de las potencias occidentales. Tampoco en la personalidad de uno de esos monstruos producto de la descolonización y la barbarie local que florecieron en la segunda mitad del siglo XX. Todo se filtra a través de los ojos ciegos de Nicholas, un joven que nada más licenciarse como médico en su país natal se marcha a Uganda, donde espera “pasarlo bien y ayudar a la gente”; su llegada a tierras africanas coincide con el golpe de estado que en enero de 1971 aupó al poder a Idi Amín, y una serie de coincidencias le convierten en médico personal del dictador. Lo que en principio parece una bicoca pronto se desvelará un descenso a los infiernos, de ribetes aun más pesadillescos por cuanto entre Idi Amín y Nicholas se establece una relación paterno-filial plagada de confidencias, equívocos y engaños que sólo puede desembocar en la catástrofe.
Es en este último aspecto del film donde reside su atractivo, derivado no del gran tema histórico sino del análisis de los comportamientos individuales. En su primer largometraje de ficción, el hasta hoy documentalista Andrew Macdonald reitera el incómodo sustrato de Tocando el vacío (2003), recreación de las peripecias a vida o muerte de dos alpinistas en los Andes que hablaba en realidad de la responsabilidad de nuestros actos. Nicholas acepta los acontecimientos que van sucediéndose desde su llegada a Uganda con una inconsciencia y una banalidad que terminarán por pasarle factura no sólo a él, sino a quienes le rodean. Su ceguera es la propia de quienes creen que se puede pasar por la vida sin comprometerse, con ligereza; deviniendo cómplices, con su indolencia y su adaptabilidad, de los crímenes que se cometen a diario no ya en países lejanos, sino en el trabajo, en las relaciones amistosas y sentimentales, en el trato con los extraños.
Forest Whitaker, nominado al Oscar por su interpretación de Idi Amín, realiza un trabajo apreciable aunque menoscabado por un guión que reduce su papel a tres o cuatro escenas de mucha intensidad en las que también destaca McAvoy. Esto hace inevitable recordar General Idi Amin Dada (1974), documental del que se incluyen insertos en El Último Rey de Escocia y en el que el mismo dictador, como protagonista, ofrecía a la cámara de Barbet Schroeder una imagen terriblemente precisa que la ficción no ha logrado trascender. Resulta revelador prestar atención a la manera en que Macdonald formaliza su peligrosa amalgama de imaginación y hechos reales. Descubriremos con cierto desaliento que la escena con mucho más efectiva del film es la que presenta a Idi Amín dando un electrizante discurso, porque está rodada y montada… como si perteneciese a un documental.