Ocho cortos interesantes y uno excepcional disculpan el hecho de que como conjunto esta película no va más allá de la autocomplacencia y el lugar común.
Los films compuestos por varios episodios que realizan cineastas diferentes y se engarzan con el hilo de una idea común suelen desembocar en un todo algo decepcionante. A falta de criterios atrevidos en la producción de la película, cada espectador acaba rescatando los fragmentos que prefiere de acuerdo a sus expectativas previas sobre los autores o el tema planteado.
Con esto no pretendemos defender el horrible concepto de la unidad programática, que un artista está obligado a violar casi por definición si tiene algo personal que decir. Sin ir más lejos, en la recopilación 11’09’’01, 11 de Septiembre (2002) no eran los mejores cortos aquellos que se ceñían a los condicionantes coyunturales de la tragedia, sino los que se servían de ella para experimentar o divagar. Nos referimos más bien a este tipo de implicación con el proyecto, la que deriva del atrevimiento formal y del cuestionamiento de la propuesta, al fin y al cabo la forma más honesta de fidelidad. Además, el formato del cortometraje, y más en una muestra colectiva, es perfecto para practicar las locuras que volcadas en un largometraje condenarían la carrera de su autor.
En Paris je t’aime hay poco de eso. Y su punto de partida lo propiciaba, pues cuesta creer que no haya en el mundo cineastas hartos de tanto tópico relacionado con la Torre Eiffel, el cementerio de Pére-Lachaise y las baguettes recién hechas, así como con las historias de amour y detachement que acaban con sus protagonistas corriendo hechos un mar de lágrimas por las calles, cogiéndose tímidamente de las manos o bañándose en una fuente. Claro que una producción que se promociona con frases del tipo “En París el amor está en todas partes” y “Entenderemos porqué París es la ciudad más romántica del mundo” es lógico que haya puesto mucho cuidado en la selección de los directores que rodarían sus cortos en cada uno de los 18 barrios de la ciudad; y por desgracia los elegidos han respondido como se esperaba de ellos, añadiendo algunos de ellos todavía más tópicos de su propia cosecha: no faltan ni los efebos gays, ni los inmigrantes de todos los colores, ni los mimos... agradables figuras decorativas que terminan de amueblar, junto a varias estrellas enrolladas, un bonito escenario tan inocuo como los constituidos por gran parte de aquellas películas de episodios producidas entre Italia y Francia hace cuarenta años merced a los regímenes de co-producción. Desde aquí proponemos una segunda parte de Paris je t’aime que dé la oportunidad de ser fieles a sí mismos a directores como David Cronenberg, Shinya Tsukamoto, Michael Haneke o Todd Solondz, más que nada por ver cómo se le queda el cuerpo a Amélie Poulain.
Centrándonos de una vez en la película, debe reconocerse que ofrece al menos ocho cortos interesantes y uno excepcional, que pasamos a consignar y que la hacen recomendable pese a lo ya comentado y a las contribuciones sencillamente penosas de Bruno Podalydès (Montmartre), Christopher Doyle (Porte de Choisy) y Oliver Schmitz (Place des Fêtes). Los fragmentos Tuileries, realizado por Joel y Ethan Coen, y Pére-Lachaise, de Wes Craven, se apuntan al lugar común pero con un humor consciente de ello. Quartier de la Madeleine, de Vincenzo Natali, es una historieta de vampiros que contiene en sus últimos tres planos la mejor descripción de las relaciones de pareja vista en mucho tiempo. Bastille se encuentra entre lo más interesante que ha rodado Isabel Coixet, aunque se trata de un relato antes escrito e ilustrado que puramente cinematográfico. Place des Victoires, de Nobuhiro Suwa, transmite una indescriptible inquietud. Parc Monceau es una broma bien ejecutada por Alfonso Cuarón a través de un plano secuencia. En Quartier des Enfants Olivier Assayas consigue con una narración vívida y elusiva hacernos olvidar que estamos ante una sucesión de cortos, y uno lamenta que la maravillosa Maggie Gyllenhaal permanezca tan poco tiempo en pantalla. Y Tom Tykwer vuelve en Faubourg Saint-Denis a los tiempos de Corre, Lola, Corre con la ayuda de los jóvenes Melchior Beslon y Natalie Portman.
Hemos dejado para el final, como ocurre en la propia película, el fragmento firmado por Alexander Payne, Distrito XIV. Una miniatura tragicómica que demuestra nuevamente la sensibilidad y la inteligencia del director de Election, A Propósito de Schmidt y Entre Copas, y que da un indicio de por dónde podían haber ido las cosas en Paris, je t’aime. Se ha preferido halagar al público; hacerle ver, como Payne, que no existe en el fondo ninguna diferencia entre la patética cartera de Denver encarnada por Margo Martindale y quien se sienta en la platea habría dejado ésta mucho más vacía. Pero la simple presencia de este corto deja en evidencia quién ha dicho la verdad y quién se ha dejado llevar por la impostura. Hoy en París, ayer en Los Ángeles, mañana en Vladivostok.