A lo largo de la historia del cine, nos vienen a la memoria célebres ejemplos de actores que cierran una inmejorable trayectoria artística en el mundo del celuloide con joyas cinematográficas a modo de despedida. Ya lo vivimos con Spencer Tracy en Adivina quién viene a cenar esta noche de Stanley Kramer y al lado de su compañera de toda la vida, o con Henry Fonda en En el estanque dorado junto a su hija. Estas dos películas supusieron para estos dos genios de la interpretación una suerte de reconciliación con su propia vida, Tracy recreando al matrimonio perfecto que su compañera Katherine Hepburn merecía, Henry Fonda tratando de acercarse a su hija Jane tras una dificultosa relación paterno filial, fiel reflejo de sus experiencias plasmadas en al cinta de Mark Ridell.
Dios nos libre de pensar que esta pueda ser la última cinta del gran Peter O´Toole, confiando en poder deleitarnos en más ocasiones de con su natural talento, claro que tal y como está planteada, Venus se presenta a modo de conmovedor filme teatamentario que reconcilia al actor con varias de sus debilidades: el teatro, el alcohol… y las mujeres.
Su creador Roger Michell, cuya producción más conocida para el gran público sigue siendo Nothing Hill, nos acerca a la vida de un actor de teatro decrépito cuyo fervor artístico es empleado para dar vida a cadáveres en la gran pantalla. Ante semejante perspectiva, Maurice encuentra en una joven adolescente de vuelta de todo (Jodie Whittaker) un pequeño hálito de vitalidad, convertida en una especie de "Lolita" de Nabokov acompañada de ganchitos pringosos y regueros de vodka.
Parece mentira que el actor británico, que comenzó su éxito profesional con Lawrence de Arabia no haya obtenido ninguna estatuilla dorada (nominado en ocho ocasiones, junto con Richard Burton o el mismísimo Hitchcock son considerados los grandes olvidados de la academia).
El filme Venus quizá peque de feísmo formal, relatando de manera cruda aunque finalmente humana, la relación establecida entre un viejo verde y su rebelde partenaire. No obstante, el duelo interpretativo creado para la ocasión bien merece un capítulo aparte en esta pequeña producción británica hecha a la medida del actor, brillando con luz propia en cada fotograma. Trágica y desalentadora en su conjunto, pero plagada de acertadas dosis de comedia senil con unos mordaces diálogos como sólo el humor inglés sabe hacer -antológicas las escenas de O´Toole con Leslie Philips- logra conmover a la platea con una historia alejada de los grandes estudios, descuidada en su aspecto estético pero portentosa en el terreno interpretativo. Todo un lujo poder disfrutar de un Peter O´Toole grandioso… y que sea por muchos años.