Estamos ante una de esas películas que empiezan con el rótulo de “basado en hechos reales” que algunos cineastas consideran necesario para darle a su creación mayor verosimilitud al espectador que acude a verla. Además, Voces en la noche es la adaptación de una novela de Armistead Maupin (basada a su vez en los hechos que se nos mencionan en el mencionado rótulo), con lo que nos encontramos con una historia que teóricamente debería ser lo bastante firme como para aguantar, como mínimo, un análisis de credibilidad y para ofrecernos cierta consistencia argumental.
Son varios los factores que hacen que el film arranque con buen pie: el tono que se da a la historia, el planteamiento inicial con un trasfondo de intriga, así como el buen hacer de Robin Williams. Interpreta a Gabriel Noone, el protagonista, quien lee una novela que aún no ha sido publicada, escrita por un adolescente que denuncia unos abusos sexuales que sufrió en el pasado de forma continuada por parte de varios adultos, incluyendo a sus padres. El interés de Noone por la personalidad del joven escritor aumenta tras mantener diversas conversaciones telefónicas con él, pero cuando intenta conocerlo en persona surgirán algunos inconvenientes que le harán dudar de la verdadera existencia de ese chico, que quizá está siendo suplantado por una mujer misteriosa. Ahí surgirá el espíritu investigador del protagonista, que desea conocer la verdad sea como sea.
Ahora bien, si los factores antes mencionados apuntaban en la dirección correcta y nos mantenían atentos a la pantalla, conforme avanzamos en la investigación nos damos cuenta de que vamos perdiendo interés en su resolución: ¿Qué más da si el chico existe o no, o si una espabilada lo ha creado para poder venderle su novela a una editorial? Además, no entendemos la obsesión del protagonista por llegar hasta el fondo del asunto, cuando su implicación emocional con el joven tampoco resulta muy grande, o al menos no la vemos así en sus conversaciones telefónicas.
Pero nada nos hace sospechar que lo peor aún está por llegar. El desenlace es digno de un producto pensado para la televisión, y deja patidifuso al espectador que llevaba un buen rato siguiendo el hilo de la narración, a la espera de encontrarse con una conclusión que le diera algo de sentido a todo lo visto con anterioridad. Sin embargo, el debut de Patrick Stettner, pese a no abusar de nuestra paciencia (apenas supera los 80 minutos de duración, algo de agradecer), no logra ofrecer nada jugoso que llevarnos a las retinas. Y además nos deja la impresión de que nos han tomado el pelo.