Provocador, histriónico, activista político, o, en su faceta más conocida para el gran público, el rostro del abuelo de la familia más disfuncional de todos los tiempos: La familia Monster. Todo eso y más era Al Lewis, un joven de noventa años –así se define él en varios momentos del filme- con la materia gris intocable. Una intensa sesión de maquillaje en un pequeño teatro en el que el célebre abuelo monster reaparece una vez más, sirve de excusa para ofrecer al espectador toda una vida llena de recuerdos que, combinados con imágenes de archivo dan empaque al retrato de este gran icono cultural.
Dirigida por Sergio Oksman y producida por Elías Querejeta en su quinta colaboración juntos -aunque da la impresión que la cámara se dejaba hacer dada la fuerza visual que el actor transmite en pantalla- la película iba a centrarse en su primer borrador en la emisora Radio Pacífica en la que Lewis era locutor. Sin embargo, la fuerte personalidad del actor dio un nuevo rumbo al proyecto, apropiándose de toda su esencia en la que finalmente asistimos a un lúcido repaso de importantes acontecimientos históricos de Estados Unidos en los que Lewis participó activamente, desde la caza de brujas de McCarthy, pasando por la Guerra del Vietnam hasta los atentados del 11S.
El rodaje duró tres años, momento en el que "Grampa", que así se hacía llamar en la popular serie contaba con noventa y dos. Temeroso de la senilidad, Al Lewis relata frente a ese espejo que miles de veces ha sido testigo de su conversión vampírica, una insuperable retahíla de anécdotas que nos acercan a la forma de pensar de este portentoso amante de la palabra. Lejos de los focos que un día iluminaron su cadavérico rostro en los años dorados de Hollywood, el director brasileño Sergio Oksman convierte su última representación en imprescindible testimonio de esa parte de América que apoya las causas perdidas, fiel reflejo de una época en la que la imagen de las manifestaciones sobre Washington o las declaraciones de Paul Robeson al son de la canción "Old man river" alcanzan cuotas insuperables de gran calado emocional.
Unido eternamente a un puro, Lewis, que no tuvo la oportunidad de ver acabado el documental puesto que murió unos meses atrás, queda retratado a base de pequeños gestos cargados de humanidad, sonoras carcajadas que se intercalan con grandes bocanadas de humo, e instantes de silencio delante del espejo que irremediablemente toman un inesperado giro al cargar las tintas contra la política exterior estadounidense. Todos estos elementos nos llevan a concebir a Goodbye, América como lo que es, un sentido homenaje a un hombre comprometido con la causa pacifista que expresó libremente su modo de entender la vida y nunca se escondió detrás del maquillaje que un día le convirtió en parte de la memoria colectiva de varias generaciones.