Una película bastante más convencional de lo que cabía esperar, con una Paz Vega muy limitada
Decepciona sobremanera esta biografía fílmica de la religiosa y escritora Santa Teresa de Jesús (1515-1582), producida por Andrés Vicente Gómez y llevada a la pantalla por Ray Loriga. La huella de Gómez, una especie de Harvey Weinstein a la española cuyo amor teórico por el cine suele dar paso en la práctica a un descarado mercantilismo, solo se hace evidente en detalles tan toscos como ese cartel que muestra a Paz Vega extasiada ante el tacto de un Cristo recién descendido de la cruz. La película carece por lo demás de elementos revulsivos. Casi peor es lo de Loriga, un tipo que como escritor ha demostrado poseer una habitación propia ampliada con su primera película, La pistola de mi hermano (1997), y que sin embargo en esta ocasión se muestra muy poco inspirado en su doble faceta de guionista y director.
Teresa, el cuerpo de Cristo, es una película tremendamente convencional; una muestra no demasiado brillante de ese auge del cine religioso que han propiciado las circunstancias internacionales y el éxito de La Pasión de Cristo dirigida en 2004 por Mel Gibson. ¿Habrá sido precisamente ese el motivo de su realización? Las intenciones de Loriga pasaban, según sus propias declaraciones, por desligar a Santa Teresa de la “visión de estampita”, por describirla como una mujer “que se atrevió a desafiar a su entorno y venció”. Visto lo visto, solo católicos muy primitivos sentirán que ha habido una ruptura con la imagen tradicional de Teresa. Juan Orellana, director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española, ha llegado a decir que el filme "en ningún momento es ofensivo". Lo que conociendo a la Conferencia Episcopal dará una idea al lector sobre la tibieza de la propuesta.
La narración se inicia en 1533. La abulense entra en el convento de la Encarnación tras unos años de cierta disipación y contra los deseos de su padre. En estos primeros minutos Loriga alterna los hechos reales -contados de principio a fin de la película con una pobreza formal relacionada no tanto con la cortedad de figurantes y localizaciones como con la servidumbre a planos medios, tomas dolorosamente estáticas y torpes guiños pictóricos-, y el imaginario emocional de Teresa, de un esteticismo igualmente humilde y además cursi. Por cierto que el vestuario diseñado por Eiko Ishioka (Bram Stoker’s Drácula) resulta ostentoso en comparación con los restantes aspectos de producción.
El grueso del metraje ya está dedicado, más que al universo interior de Teresa, a las intrigas y problemas que rodearon su obra, y concluye con la fundación en 1562 de la orden de las carmelitas descalzas. Pero la sucesión de acontecimientos es telegráfica; los conflictos entre Teresa y las jerarquías religiosas nunca adquieren intensidad dramática; la faceta como escritora de la santa es sorprendentemente ignorada… la elegiaca banda sonora de Ángel Illarramendi ayuda a rematar un relato simplemente ilustrativo, y hagiográfico a la antigua usanza.
La interpretación de Paz Vega es la guinda de esa concepción añeja de la retratada. Su acento untuoso, su registro monolítico –ausentes los rasgos de humor o cercanía-, sus pretenciosas líneas de diálogo, aplanan al personaje hasta convertirlo precisamente en la estampita de la que Loriga quería huir. Baste con decir que Leonor Watling, en la piel de Doña Guiomar de Ulloa, amiga y valedora de Teresa, es un modelo de vivacidad al lado de Vega.
Teresa, el cuerpo de Cristo podrá servir como objeto de debate en catequesis y colegios concertados. Un espectador instalado mentalmente en el siglo XXI no se sentirá demasiado involucrado en ella, e incluso creerá hallarse en algunos momentos frente a una película de José Luis Garci más que de Ray Loriga.
El intento ha sido en cualquier caso loable. Ya lo escribió Santa Teresa: Es gran bien tener deseos, ya que no pueden ser grandes las obras.