Estamos ante un ejercicio de admiración por el universo comiquero que ya no es tan incatalogable como lo fue su predecesora .
Repasando el concienzudo análisis que nuestro compañero Diego Salgado realizó en su día a propósito de la primera Kick-Ass queda patente –mucho me temo– que esta crítica del arriba firmante no va a estar a la altura del texto que publicamos en 2010. De igual modo, nos queda la impresión de que tanto el filme que aquí nos ocupa como el cómic en que se basa palidecen también en comparación con las primeras entregas de ambos. Pero vayamos por partes.
Tras el factor sorpresa del primer Kick-Ass –tanto en papel como en celuloide, cada una con sus características y aciertos–, el guionista Mark Millar y el dibujante John Romita Jr. han querido seguir exprimiendo a sus creaciones para sacar provecho a sus posibilidades tanto en las listas de ventas como en taquilla, en un movimiento que no se limita a una mera secuela: hay una serie limitada de Marvel dedicada a Hit-Girl en solitario, así como una tercera parte ya en publicación en EE.UU.
Sin embargo, buena parte de lo que había de brillante en la idea original ha decaído de forma algo preocupante a la hora de elaborar la continuación de la trama. El ingenio sigue ahí, pero el torrente de sensaciones y referencias que nos asaltó la primera vez que nos enfrentamos a aquel tebeo o aquella película se han desvanecido lo justo para que nuestra satisfacción no sea la misma. El continuismo le resta emoción al conjunto, y la clara apuesta por convertir en protagonista de facto a Hit-Girl desequilibra el resultado, aunque por supuesto se trate del personaje más interesante de todos.
Tal vez el cambio de Matthew Vaughn por Jeff Wadlow en la dirección haya perjudicado a la película, pero también es cierto que el material impreso de partida no logra epatar del mismo modo, dejando a un lado toda una serie de elementos y referencias que nos pillaron totalmente desprevenidos hace tres años para hacer hincapié en la vertiente más ultraviolenta de estos superhéroes de carne y hueso, perdiendo frescura por el camino y haciendo que nos lamentemos de que Mark Millar no haya querido buscar objetivos más elevados a la hora de relacionar vida real con las fantasías adolescentes de poder.
No obstante, si nos sacudimos la sensación de que esta segunda parte no puede (o no quiere) ser como la primera, nos sigue quedando una cinta con innumerables dosis de acción –contiene excelentes secuencias de persecución–, humor socarrón e irreverente, drama juvenil en el instituto y salvajadas políticamente incorrectas de diversa índole, aunque estas se hayan suavizado al máximo (ya que en el cómic se alcanzaban niveles no aptos para todos los públicos).
Dinámica ante todo, estamos ante un ejercicio de admiración por el universo comiquero que ya no es tan incatalogable como lo fue su predecesora hace tres años, pero que al menos nos ofrece una distracción divertida y una adaptación bastante fiel de una historia predecible en líneas generales y con altibajos en su desarrollo, pero que explota en las narices del espectador cuando menos se lo espera.