Presente en la Sección Oficial del Festival de Málaga que inauguró fuera de concurso, la última película de Miguel Hermoso (Fugitivas, La luz prodigiosa) se perfiló desde el mismo instante en que se dio luz verde al proyecto como una de las más esperadas de la cinematografía española. La primera biopic de Lola Flores era un aliciente para justificar cualquier empeño cinematográfico, pero narrar la vida y obra de un mito nunca es tarea fácil, porque si hay algo que hace de un personaje mítico es ese inconfundible halo que lo alejado de la perspectiva del ciudadano de a pie. En este sentido, quienes se arriesgan a afrontar cinematográficamente a una figura destacada suelen alegar una humanización del personaje tratado a través de un punto de vista subjetivo, que es lo que falla aquí: uno tiene la sensación durante todo su metraje de que el prisma utilizado por Miguel Hermoso para radiografiar a Lola Flores es el de cualquier semanal de la prensa rosa.
La trama navega por la vida sentimental de la Faraona con un molesto entusiasmo, retratándola como una chiquilla caprichosa a la que los amoríos la llevan de palo en palo, de llanto en llanto, sin que las sabidas alegrías y triunfos profesionales tengan cabida por ningún rincón de la trama. Como un vulgar folletín, Lola se va amoldando levemente a las simplonas, anodinas y aburridas reglas del melodrama, en el que importan más los hombres que calentaron su colchón que su deslumbrante e inclasificable estrellato coplero. Desde este punto de vista, la cinta cumple adecuadamente con el género y nos ofrece una correcta labor cinematográfica que no perjudicará el oficio obtenido por su realizador a lo largo de estos años. No obstante, desde una perspectiva general, naufraga en sus pretensiones de ser la obra definitiva y digna en su nombre.
Nada hay en Lola del mito. Nada, salvo contadas referencias puntuales, de lo que la catapultó a la inmortalidad. Nada del tronío, de la fuerza, del temperamento que la desbordaba. Son sólo destellos, fugaces líneas dibujadas con lápiz fino, que no le hacen honor en un biopic sensacionalista, que juega inmisericorde con la protagonista tratándola como una ramera inocente en celo constante. Una cría consumida por una pasión que aparece en la segunda parte como una mujer confundida, tirada a la calle en busca de un hombre que la quiera bien, rota por la desesperanza de no encontrarlo en ninguna cama.
Ni la entrega absoluta de la actriz protagonista, una Gala Évora que se luce en la asimilación de los movimientos y el carácter del personaje en los momentos cumbre pero al que pierde, no obstante, en la mayoría de las escenas transitorias, hace que el producto merezca la consideración pretendida por sus artífices. El esquematismo de todos los personajes y la previsibilidad de las situaciones hacen desaparecer la buscada y vendida humanización. Nada hay tampoco de "real", en términos de verosimilitud cinematográfica. Nada hay "humano" en un metraje colmado de tópicos, en el que el devenir de Lola Flores se ajusta más a las convencionales normas que rigen el género que al errante paso de la Faraona. No está su arte, ni su alma.