Probablemente estamos ante un producto a medida de las limitaciones del público.
De la misma forma que no se pueden vender placas base al usuario final de ordenadores, no puede esperarse que la audiencia prefiera un libro de más de 700 páginas, minucioso y detallado como es el excepcional trabajo de Walter Isaacson, a una película por mucho que la calidad de uno y otra sean sustancialmente diferentes.
En ese sentido, cualquier planteamiento en la gran pantalla ha de terminar siendo una mera simplificación de pura intención crematística, cocinada en este caso con ese recurso seguro que ha acabado siendo Ashton Kutcher, quien tan pronto arregla un desaguisado en una de las series de moda, como da vida al icono que él mismo ha definido como “el Leonardo da Vinci de nuestro tiempo”.
Su composición del personaje resulta funcional, en momentos diligente, en otros irritante o hasta caricaturesca. Sirve para dar cuerpo al recopilatorio de destellos que a lo largo de dos horas debe hacer vislumbrar algo de lo que fue Jobs para una audiencia cuyo interés no dé más que para los justos esfuerzos, limitándolos a una perezosa voluntad de sentir emociones gestionadas de igual forma, a golpe de retales de la vida del fenómeno.
Ahora bien, sin un mayor conocimiento del personaje o de sus logros, como relato autónomo, el biopic es una narración mutilada y por tanto necesariamente coja. Steve Wozniak, cofundador de Apple, ya había desacreditado a jObs antes de su llegada a cines al despreciar el escaso verismo de lo que había podido ver en su promoción. Los problemas para ubicar la cinta en la cartelera no son en todo caso los merecidos para una película que probablemente sea el producto a medida de las limitaciones de su público: estamos ante una narración lo suficientemente llevadera y ágil para que no haya que reprochar en exceso sus omisiones. Al fin y al cabo, salvo que se hubiera apostado por una teleserie, la única forma de enfrentarse con rigor a su relato es la del libro que apuntábamos al principio, y eso nos devuelve al problema de la lectura, trámite excesivamente engorroso para quienes prefieren tumbarse en la butaca para recibir todo sin complicaciones.