Cuando la dirección de una película recae en manos de alguien como Roland Joffé (La misión, La ciudad de la alegría) parece casi obligado esperar que el resultado final tenga una cierta entidad y una dignidad que justifique el empleo de un realizador veterano como él en un producto fílmico, tenga éste las características que sean. Lamentablemente, Captivity constituye un borrón apenas explicable en la carrera del director londinense. Eso sí, sirva de descargo que aunque Joffé aceptara el encargo de rodarla, ya con anterioridad los guionistas Larry Cohen (Cellular, Última llamada) y Joseph Tura había cometido el grave delito de escribirla, así que culpémosles a ellos.
Se nos ha vendido la cinta emparentándola principalmente con Saw, pero lo cierto es que, salvando ciertos parecidos puntuales y el macabro asesinato inicial, cuesta defender la semejanza. También hay algo de Seven (esos títulos de crédito, mil veces imitados), pero en el momento que nos olvidamos del envoltorio y entramos en materia las comparaciones se nos revelan más odiosas que nunca.
Captivity nos relata cómo una joven modelo es raptada por un psicópata y hecha prisionera en el sótano de una casa. Allí el asesino jugará con los miedos de la chica y la manipulará a su antojo durante unos días antes de decidirse a eliminarla, como ya ha hecho anteriormente con media docena de modelos. En el minimalista reparto entra también un compañero de cautiverio y un par de policías que tratarán de evitar el funesto destino de la señorita.
Durante la primera hora de proyección la película se soporta (a duras penas, pero se soporta). No sentimos la menor empatía por la protagonista (Elisha Cuthbert); el joven que está encerrado con ella (Daniel Gilles) huele a podrido desde el principio y quedamos a la espera del momento en que haga su jugada; los conflictos que se establecen entre ambos son tan artificiales que dan risa (en medio de una situación mortal se ponen a discutir sobre diferencias de clase); los juegos psicológicos del asesino se limitan a cuatro trucos facilitados por la protagonista (¡contando sus miedos primigenios por televisión!); además, quien esperara ver imágenes sangrientas al estilo de los referentes antes mentados se llevará una decepción, porque brillan por su ausencia. Sin embargo, hay algo que nos hace seguir adelante, esperando alguna sorpresa en la resolución que nos haga pensar que ha valido la pena aguantar.
Por desgracia, en cuanto arranca la media hora final comienzan a sucederse los despropósitos del guión, y cuesta aguantar la risa en gran parte de las situaciones que pretenden resolver la intrigante trama abierta. Se cae entonces en el ridículo más espantoso, dejando al descubierto las costuras de una historia que avanzaba con escasa credibilidad hasta el momento y que acaba por naufragar estrepitosamente. Para esto, podía haberla dirigido cualquier jovencito con ínfulas, y permitir que el señor Joffé se hubiera dedicado a cualquier otra cosa.