Escribir sobre La vida de Adèle [tráiler] en estas fechas, coincidiendo con su estreno en España el 25 de octubre, representa una gran diferencia respecto a haberlo hecho en mayo. Por aquel entonces, esta producción gala hacía historia no solo por ganar uno de los reconocimientos cinematográficos más importantes del mundo, la Palma de Oro del Festival de Cannes; sino por conseguirlo estando basada en un cómic, El azul es un color cálido, escrito e ilustrado por Julie Maroh y publicado en nuestro país por la editorial Dibbuks.
El jurado de Cannes, presidido en esta ocasión por Steven Spielberg, otorgaba además un galardón conjunto como mejores actrices a las dos intérpretes de La vida de Adèle, Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Y la crítica internacional acreditada en el certamen se rendía asimismo en bloque a este romance lésbico de tres horas de duración adaptado y dirigido por Abdellatif Kechiche, concediéndole el premio FIPRESCI.
Kechiche dedicaba la Palma de Oro a la juventud francesa y a todos aquellos “que tienen la aspiración de ser libres, de expresar lo que son y su amor con total libertad”, y se mostraba ante la prensa en feliz armonía con Seydoux y Exarchopoulos. Todo respondía al guión perfecto de una de esas “películas del año”, no importa de qué año, que suscitan tremendas polémicas entre sectores retrógrados de la población —no olvidemos que Francia lleva convulsionada todo el año por la legalización, también en mayo, del matrimonio gay y de la adopción por parejas del mismo sexo—, y que terminan contribuyendo a cambiar la opinión del gran público sobre un tema en virtud de una combinación perfecta de sensibilidad, provocación y mercadotecnia que la hace digerible por los medios masivos y el espectador de a pie.
Sin embargo, muy pronto empezaron a cernirse nubarrones sobre La vida de Adèle. Ya algunos críticos se atrevieron a disentir con el grueso de sus colegas cuando la película se proyectó en Cannes, insinuando que Seydoux y Exarchopoulos eran mucho más bellas que los retratos que de sus personajes, respectivamente Emma y Adèle (Clementine en el cómic), había hecho Julie Maroh. Lo que, sumado al hecho de que ambas mantienen en el film un tórrido encuentro sexual que dura la friolera de diez minutos, que la película está realizada por un hombre, y que el grueso de los integrantes del jurado y los críticos presentes en el festival también eran hombres, hizo recelar a algunos sobre la pertinencia de la adaptación y su recibimiento.
¿Habría ganado la Palma de Oro La vida de Adèle de narrar la historia de amor entre dos hombres? ¿Hasta qué punto era fiel a la realidad el retrato del lesbianismo que brindaba Kechiche y aplaudían Spielberg y los críticos? Un asunto peliagudo que se magnificó al denunciar la propia Maroh desde su blog que no había estado involucrada en el desarrollo de la película porque nadie, entre otras cosas, se lo había pedido; que en tanto creadora tenía opiniones encontradas sobre las opciones estéticas elegidas por Kechiche para versionar su cómic; y, sobre todo, que en tanto lesbiana militante creía que la película incluía momentos pornográficos, cimentados en una mirada masculina y heterosexual.
A Maroh también le parecía inquietante que las actrices que habían dado vida a sus personajes fuesen heterosexuales, y le parecía “peligroso” que en un momento de La vida de Adèle se mitifique el orgasmo femenino como de superior calidad al masculino, por cuanto esa idea redunda nuevamente en una concepción sacralizada y, a la postre, opresiva de la mujer. Los acontecimientos se precipitan: Exarchopoulos y Seydoux, que como ya hemos apuntado habían simulado en todo momento haber sido felices a las órdenes de Kechiche, que además habían iniciado tareas promocionales que incluían sugerentes poses conjuntas en portadas que tenían por parte de ambas muy poco de compromiso con el argumento de la película, sienten la necesidad repentina de hacer saber al mundo que no son pedazos de carne con ojos, que son conscientes de las servidumbres de su género…
Para ser justos, no son ellas las únicas en desvelar que la producción de La vida de Adèle, cifrada en cuatro millones de euros y cinco meses de rodaje (entre marzo y agosto de 2012) en las localidades francesas de Liévin, Lille y Roubaix, había sido una tortura para todos los implicados. Se filmaron hasta 750 horas de metraje, debido según muchos miembros del equipo a que Kechiche no tenía claras las ideas. Al parecer la atmósfera en el set era irrespirable debido a las largas jornadas de trabajo y ciertos problemas a la hora de pagar los salarios. Llegó a hablarse de acoso laboral... Pero Seydoux y Exarchopoulos fueron más lejos, definiendo el trato concreto del director hacia ellas como “horrible”, no ya durante el rodaje de la dichosa escena erótica, sino en el de otras que obligaron a infinitas repeticiones, a veces en circunstancias físicas y anímicas extremas. Ninguna de ellas, han afirmado, volverá a trabajar con él…
Las cosas han llegado a tal extremo que Abdellatif Kechiche declaraba a finales de septiembre sentirse “humillado, deshonrado, como si estuviera maldito” y aventuraba que La vida de Adèle no debería haberse estrenado comercialmente “por haberse ensuciado demasiado”. Kechiche camuflaba bajo esta aparente desesperación algunos reproches para con sus actrices, y en especial Léa Seydoux, a su parecer tan egocéntrica y limitada a la hora de abordar su papel que pensó en sustituirla cuando apenas habían transcurrido veinte días de rodaje por Mélanie Thierry o Sara Forestier. El director ha incidido en estos aspectos en una carta abierta publicada estos días en el diario digital Rue89, en la que también arremete contra el diario Le Monde (que, en su opinión, ha pretendido hundir La vida de Adèle desde el principio).
Por supuesto, las productoras de La vida de Adèle, entre las que se cuentan las compañías Wild Bunch y Vértigo Films e instituciones públicas como France 2 Cinéma y Eurimages, no tienen intención ninguna de cancelar su estreno, y hacen bien (la película ha llevado a los cines franceses en solo una semana a 261.000 espectadores). Dados su argumento y los encontronazos entre quienes de una manera u otra han estado involucrados en su concepción, más allá de que al espectador le guste o no, esta película va a generar una de las pocas ocasiones a lo largo de 2013 en las que poder debatir sobre cuestiones interesantes tras ir al cine; más allá de si el producto está bien o mal, o de si nos hemos aburrido más o menos viéndolo. Y eso, en estos tiempos, es muy de agradecer.