Lo peor del filme es que prácticamente todo lo que nos cuenta nos suena a mil veces visto.
Tras sorprendernos gratamente hace un par de años con El inocente, Brad Furman parecía aspirar a logros mayores. Su buena mano para dirigir a un Matthew McConaughey no siempre correctamente aprovechado le ayudaba a ganar enteros, qué duda cabe, pero por desgracia la película que aquí nos ocupa viene a echar por tierra los buenos deseos de gran parte de la crítica mundial hacia los trabajos posteriores del realizador.
Runner, runner nos sumerge desde su arranque en el mundo de las apuestas online, usándolo como pretexto para hablarnos de una serie de individuos que orbitan en dicho mundillo. Nuestro joven protagonista decide venderse al mejor postor en vez de proseguir con sus estudios universitarios –su motivación principal en un primer momento–, y colaborará con un millonario dueño de un buen número de páginas web dedicadas al juego. A partir de ahí la historia nos irá llevando por derroteros de género negro y thriller a partes iguales.
Lo peor del filme es que prácticamente todo lo que nos cuenta nos suena a mil veces visto. Por mucho que se nos nombren con celeridad complejos algoritmos y cálculos de probabilidades aplicados al juego, lo cierto es que el armazón viene a ser el de casi siempre en este tipo de productos, y los personajes nos resultan alarmantemente familiares, pero en esta ocasión no lucen la profundidad que sí tenían en otras cintas: baste con oír esa voz en off ilustrando ciertas escenas para pensar en Casino, pero de ahí a que consiga ser una mera sombra de la obra de Scorsese dista un buen trecho.
El guión no sabe dotar de entidad a unos personajes que también podrían haber contado con más suerte en sus encarnaciones: justo ahora que Ben Affleck ha sido elegido para interpretar al heroico Batman, es curioso verlo de villano ramplón con repentinos arranques de locura (y con intervenciones en chusco castellano en la versión original). Tampoco Gemma Arterton logra escapar de ser una mera mujer florero de comportamiento predecible, y es el pivote de un triángulo amoroso bastante sonrojante. Y Justin Timberlake cumple, pero tal vez sea demasiado que él solo cargue con todo el peso de la película. Al final apenas destaca, como descarado agente del FBI, un Anthony Mackie que sigue postulando a filmes de mayor enjundia.
Así pues, vamos avanzando en la acción de un modo rutinario y esquemático, apoyándonos en tópicos facilones y sin que los actores acudan al rescate del libreto. De la falta de encanto también se contagia la realización de Furman, que tan pronto nos ofrece algún segmento aislado brillante como se hunde en la mediocridad e incluso en lo irrisorio en ciertos planos y transiciones. Lástima que todo eso sepulte ciertos valiosos apuntes sobre la corrupción, los sobornos y el modo de operar de ciertos individuos en países como la Costa Rica que nos retrata la película, ya que sin duda merecerían haber sido incluidos en un contenedor más atractivo para el espectador.