Esa misma ansia de aprovechar cada recoveco del relato se vuelve excesiva por necesidades de puro espectáculo.
A la hora de convertir la tragedia en espectáculo, el canadiense Denis Villeneuve es lo suficientemente concreto y frío para combinar el thriller y suspense de tal forma que la historia avance planteando sus propias preguntas. ¿Qué haría realmente el espectador si un hijo suyo hubiera sido secuestrado y tuviera la certeza de que cada minuto que pasa puede jugar en su contra? ¿cómo manejaría sus propias convicciones si su instinto le llevara en una dirección salvaje donde es tan fácil dudar?
El relato de Aaron Guzikowski aprovecha cada frente para llenar un metraje que en sus dos horas y media mantiene atento al espectador, quien se vincula al relato por la empatía creada con sus personajes. Fruto de este aprovechamiento, el doble matrimonio protagonista le da para recrear distintas reacciones al secuestro de las dos hijas menores, un terreno en que la implicación en distintos grados empieza a sugerir las primeras preguntas que cualquiera se habrá planteado alguna vez: ¿optar por cruzarse de brazos y dejar hacer a los profesionales que ven el caso como un maldito expediente o recorrer el camino, oscuro que sea, si este surge?
También esa misma ansia de aprovechar cada recoveco del relato se vuelve excesiva por necesidades de puro espectáculo: con ella no hay escena casual, la simplificación y reducción de su escenario y de la propia investigación hace chirriar la ficción, todo se muestra por algo de tal manera que cualquier espectador atento pueda avanzarse a muchas de sus revelaciones.
El cine puede tener en la práctica una eficacia limitada a la hora de plantear interrogantes por más que en realidad debería ser su cometido principal: con la nitidez que le es propia podemos hacer algo más que imaginar y contemplar en su crudeza hechos que formen nuestras ideas más allá de prejuicios adquiridos por contagio. A la hora de la verdad lo más frecuente es que o el espectador vea confirmadas sus ideas y asienta con condescendencia, o cuestione la exposición tendenciosa cuando estas las identifique como propias del bando contrario. Prisioneros tiene elementos de cine comercial como para no tomarse como una obligación pasar por estas reflexiones, pero contrastadas con casos próximos a la realidad y subrayadas a golpe de noticiario es fácil que describa un mensaje que arraiga bajo las dos horas y media de tensión y angustia, en que la justicia y sus endiabladas formas acaban sometidas por algo tan caprichoso como el azar, cuya incertidumbre apenas puede contrarrestarse a golpe de rezo. Allí quien sea honesto consigo mismo verá cuánto hay en su interior de cada uno de los protagonistas.