De la larga lista de frikis estomagantes que componen el universo del Svensson, dos de ellos viajan en un camión debatiendo cuestiones nimias sobre El Señor de Los Anillos y recogiendo autoestopistas con los que quieren compartir conversación. Cada vez que uno de ellos les responde que prefiere el cine español, esos dos seres extraños se deshacen del susodicho lanzándolo por la ventana.
El dato concreto no desvela ni roba al espectador nada relevante del denso y esquizofrénico conjunto de hechos (que no argumento) acumulados; es difícil saber si se propone una lectura negativa o positiva de su obsesión enfermiza y aversión al cine español o si se trata de dar alguna lección sobre lo correcto y lo incorrecto, cuando todos los demás personajes son tan delirantes, las escenas tan grotescas y el curso de los acontecimientos tan criminalmente irrelevante.
El problema de El síndrome de Svensson no está en lo agotador de su metraje, en su esperpento caótico, en su culto a la caspa y al gamberrismo. El problema está en la falta de sentido de todo el conjunto. El ritmo se atropella, las ganas de romper la estructura con la excusa del riesgo se convierten en un todo-vale en donde todo intenta hacer gracia con una tenacidad más próxima a la agonía por acumulación que a provocarnos una sonrisa. 8 años llevar a las salas un producto que a los 15 minutos realiza un alegato a favor del suicidio/eutanasia que el público aceptará con vehemencia mientras Amenábar necesitaba más de hora y media. Los mayores desmanes de corte Agárralo como puedas, las rendiciones de culto insospechadas a títulos clásicos, se acompañan por las meras buenas intenciones con que se realiza el film, las mismas que asfaltan el mismísimo infierno. En él hay tanto de voluntad de ruptura y originalidad, como imposibilidad de materializarla de forma asumible.
Acumula así varios intentos de humor que recuerdan parcialmente a los programas televisivos que buscan machaconamente y alterando los papeles de los actores algún tipo de sonrisa (ayuda a la comparación que varios actores repitan distintos papeles y que algunos surjan precisamente de ese formato), sonrisa que es difícil encontrar mientras en la pantalla las cosas siguen sucediéndose entre la vulgaridad y lo soez a un ritmo vertiginoso y mareante, desde una óptica amateur con personajes demasiado cargados para el escaso/nulo carisma que reciben. Su única razón de ser está en los deseos caprichosos de hacer cine, disfrutar con irresponsabilidad durante el camino, y cuando llegue el momento de escudriñar la taquilla, demonizar la industria americana, a los boicots de la sala de cine, a los insuficientes presupuestos para la causa artística o a la falta de talla cultural del público que no asiste a semejante exhibición de ánimo suicida.
Sería injusto en todo caso tirar piedras sobre una industria que niega su propia existencia al situarse como un quíste del erario público y que anula toda naturaleza competitiva, por un caso tan marginal y underground como este, aunque acabe contando con una factura técnica y un reparto actoral que por posibilidades debería finiquitar determinadas excusas. La solución a un problema semejante no pasa por inyectar diez veces más presupuesto, ni por eliminar el doblaje de las cintas americanas, ni por vetarlas inquisitorialmente, ni por obligar a los españoles de a pie a asistir atados a la butaca, con los ojos forzadamente abiertos y mantenidos por colirio ni a forzar con aplausos metálicos el cierre de la paraeta. De ninguna de estas formas se soluciona un mal tan endémico evidenciado cuando ante obras como esta vemos la habitual falta de decoro de presentarlas señalando xenófobamente a otras y a sus posibles defectos como culpables.
Quizá con tanto ánimo por la originalidad como le inyecta un Kepa Sojo que demuestra ingenio y tiene más carisma en carne y hueso que ninguna de sus creaciones, si se le añadiera un productor ejerciendo de intermediario con su dosis obsesiva de búsqueda de rentabilidad esta se traduciría en algo de sentido común que daría con algo interesante y que sí conectaría con el público. Entre tanto lo mejor es quedarse con la actitud del par de frikis. Tirarlos del camión y que sigan a pie su ruta a ninguna parte.