No hace demasiados meses pasaba por la cartelera armando algo de ruido The Holiday, una empalagosa comedia sobre dos mujeres que intercambiaban sus casas para cambiar de aires e intentar recargar las pilas. Más discretamente nos llega ahora Tara Road, basada en una novela de Maeve Binchy, que básicamente tiene el mismo punto de partida y un desarrollo muy similar al de aquella película. Por desgracia, la impresión que deja en el espectador esta cinta es tan mala o incluso peor que la que nos dejó en su día la historia protagonizada por Cameron Diaz y Kate Winslet.
El intercambio de hogares y de países viene dado por sendas tragedias que sacudirán la existencia de dos mujeres: por un lado la norteamericana Marilyn pierde a su hijo en un accidente durante una fiesta de cumpleaños y tiene problemas para aceptar que ya no lo verá nunca más, algo que amenaza con romper su matrimonio (y quizá incluso volverla loca) y por otro tenemos a la irlandesa Ria, cuyo marido le hace unas revelaciones sobre infidelidades que también pondrán patas arriba su ordenado mundo. Surge la oportunidad de tomar algo de distancia respecto a estos golpes que les ha dado la vida, y en cuestión de días las encontramos en un contexto totalmente diferente al habitual, tratando de hallar una solución para salir del agujero negro donde están.
Uno de los más serios problemas de Tara Road es la artificiosidad del conjunto. Si en un primer momento podemos pasar por alto que el vídeo casero donde se registró la muerte del hijo de Marilyn esté editado (como si fuera el de una boda, nada menos), con el transcurso del metraje van apareciendo detalles que destilan poca naturalidad y excesivas ansias de epatar con el mayor porcentaje de público posible, aunque se dejen entrever especialmente las ganas de atraer a un público eminentemente femenino.
Así, entre los secundarios que aparecen en Connecticut podemos encontrar representantes de diversas minorías, para que nadie se sienta molesto y podamos reir las gracias de todos, y entre los personajes de Dublín también hay suficiente variedad como para que sospechemos de las intenciones de los responsables de esta cinta, empeñados en transmitirnos el “buen rollo” que se produce cuando viajas miles de kilómetros con una pena que te está destrozando y todo el mundo te trata genial.
Estamos, pues, ante una especie de telefilme donde algunos aciertos de realización, el ritmo pausado (pero no comatoso) o el buen uso que se hace de la música para crear ambientes consiguen que al menos el conjunto sea mínimamente visible. Tampoco hay un desequilibrio flagrante entre las historias de las dos mujeres (algo que no se lograba en la mentada The Holiday), aunque no simpaticemos mucho con el personaje que interpreta Andie MacDowell, demasiado fría y que nos regala de vez en cuando una sonrisa tan artificial como la película.
Eso sí, eso no quita para que, aparte de los fallos ya mencionados, nos rechine sobremanera ese final “deus ex machina” donde se intentan cuadrar todos los cabos sueltos del guión, o que nos quedemos con la impresión de que hasta de las tragedias más insuperables se sale gracias a una frase tópica dicha por un niño. El gran problema de Tara Road es que es demasiado previsible, fácil y acaramelada. Y así no se puede crear un producto de valía.