Vibrante reciclaje de todos y cada uno de los tópicos del cine de ciencia-ficción, con una mirada que sólo podía propiciar nuestro presente
Hay quien, deslumbrado en nuestra opinión por las apariencias, sigue considerando el cine del británico Danny Boyle un ejemplo de superficialidad y despersonalización. Se apela a su estilo brillante, efectista (que demuestra en cualquier caso un saludable dominio de la imagen, no necesaria o únicamente cinematográfica); y a su arriesgada querencia por cambiar de género película a película, con la ayuda de los guionistas John Hodge, Frank Cottrell Boyce o Alex Garland, y la aquiescencia del incombustible productor Andrew Macdonald.
En efecto, su ópera prima, Tumba Abierta (1994) era un thriller negrísimo; Trainspotting (1996), una revisión anfetamínica y descreída del realismo social a lo Ken Loach; Una Historia Diferente (1997), una screwball comedy que podrían haber firmado los hermanos Coen; La Playa (1999), un Apocalypse Now para niñatos asiduos a los after-hours; 28 Días Después (2002), cine terrorífico deudor de George A. Romero; y Millions (2004), una fábula infantil con ecos del cine de Tim Burton.
Sin embargo en todas ellas, como en Sunshine, una película de ciencia-ficción pura y dura, late la misma preocupación por el paisaje ético de nuestro presente. Una preocupación que no adopta un talante moralista sino más bien desconcertado, resignado, a veces esperanzado. Los habitantes del cine de Doyle suelen toparse con situaciones críticas que están muy lejos de saber afrontar, y que les fuerzan a adoptar una madurez que conlleva numerosos sacrificios para ellos mismos y para quienes les rodean. En Sunshine son ocho los personajes que habrán de superar pruebas determinantes para su supervivencia y el futuro, ahí queda eso, de toda la humanidad. Son los miembros de una tripulación espacial encargada de lanzar contra nuestro Sol un monstruoso artefacto nuclear que lo reactive, pues Alex Garland ha imaginado que en un futuro cercano la energía de la estrella estará agotándose, lo que provocará la extinción de la vida en nuestro planeta a no ser que los cosmonautas logren llevar a cabo su misión.
En primera instancia, hay que apuntar que Sunshine es una gozada para cualquier aficionado a la ciencia-ficción. No a la fantasía, ojo, sino a las narraciones con verosimilitud científica y dramática. No faltan ni la travesía espacial con arriesgados incidentes, ni el contacto inesperado con una señal de socorro en mitad del espacio, ni la gigantesca nave estelar abandonada, ni la forma de vida hostil… Podríamos llenar dos páginas nombrando las fuentes de las que bebe Sunshine. Pero estropearíamos el placer de los aficionados, y parecería que con ello denostamos la poca originalidad del film, cuando lo que cuenta son las extraordinarias agilidad y premeditación con que Garland las ha volcado en una única historia. Agilidad a la que responden Boyle y su equipo técnico con unas imágenes y unos efectos espectaculares. La película ha costado diez millones de euros y luce como si fueran cien.
Es en la última parte de Sunshine cuando se hacen evidentes otras inquietudes insinuadas durante todo el metraje y que algunos pueden considerar sobran, pues ciertamente conducen a un desenlace alargado y algo pretencioso –aquí también podríamos citar antecedentes fantacientíficos, ¿verdad?-. La nave en la que los ocho astronautas se aproximan al Sol se denomina, como una antecesora desaparecida, Ícaro, en transparente referencia al mito griego sobre el joven que, tratando de escapar volando de Creta con unas alas confeccionadas por su padre, sucumbió a su fascinación por el vuelo y el sol. Lo interesante es que Garland y Boyle contraponen hasta tres maneras diferentes de tratar con el ardiente Ojo de Dios: la del fanático religioso, la del retador racional, y la del pragmático acomodado. Y sus preferencias, que se deducen atendiendo al carácter de la persona que más cerca llega a estar del Sol, son un diagnóstico sobre lo mucho o lo poco a que se puede aspirar en esta época en nuestras relaciones con los demás y con la Naturaleza.