James Wan sigue aferrándose a su defensa del cine de terror considerado desde la perspectiva más clásica, esa que predominó en las décadas de los 70 y 80. El creador de la saga de Saw tiene un currículum con claros ejemplos de su querencia por dicho tipo de cintas: Silencio desde el mal o la reciente Expediente Warren: The Conjuring muestran a un cineasta que no se entrega con facilidad a los recursos más modernos –y muchas veces también molestos– del celuloide terrorífico actual, sino que a través de su aparente contención rinde homenaje a títulos míticos que en su día cautivaron a espectadores de todo el globo terráqueo.
El segundo capítulo de Insidious continúa allá donde terminaba la primera entrega, prolongando aquel desenlace algo decepcionante. No cuesta mucho volver a sumergirse en un ambiente malsano: los personajes recaen de nuevo en una casa donde parecen estar rodeados de espíritus por todas partes y en todo momento. La película bascula en torno a una serie de sustos relativamente bien orquestados –Wan sigue mejorando su manejo de la cámara y del ritmo, qué duda cabe–, pero no por ello menos predecibles o irritantes, ya que el susto fácil vuelve a ser la norma.
Si bien la tensión se mantiene en un primer tramo de la película, más adelante nos adentramos en terrenos donde hay varias historias que avanzan en paralelo –no destriparemos nada aquí, por el bien del argumento–, transportándonos del terreno del cine de terror al más propio del fantástico, y trayendo a nuestra memoria películas como El resplandor o Poltergeist. Aquí es donde Wan comete el error de mostrar bien a las claras a qué tipo de engendros se enfrentan los protagonistas, algo que probablemente resulte fatal para el resultado final: siempre resulta más terrorífico sugerir algo que arrojárselo al espectador a las retinas.
No es este filme superior a su predecesor, y además puntúa muy por debajo de la sólida Expediente Warren. El desarrollo de los personajes no satisface, el avance de los conflictos simultáneos probablemente resulte desconcertante, y pese al empeño del guión –obra del habitual Leigh Whannell– por redondear la trama y atar los cabos sueltos desde la primera Insidious, queda la sensación de que algunas explicaciones mueven más a la risa que a otra cosa (véanse las explicaciones sobre los orígenes humanos del espíritu que anda poseyendo gente).
Aunque la atmósfera atrapa al espectador en determinados segmentos y el remate final deja un cierto regusto positivo, el conjunto no logra el aprobado. Si además tenemos en cuenta que ya se está preparando la tercera parte –supuestamente no de la mano de James Wan, quien por su parte se encargará nada más y nada menos que de A todo gas 7–, queda bastante patente que esta producción de bajísimo presupuesto ha encontrado un filón de cara a la taquilla.