Soldado joven de la marina, agresivo en exceso por infancia turbulenta. Psiquiatra ayuda al muchacho y accesoriamente soluciona algún problema propio de carácter secundario.
Vale que esta puede ser una exposición demasiado simple, pero ya que eso es todo lo que ofrece el debut de Denzel Washington, habría sido más provechoso tomar algo de la síntesis y no perderse buscando lagrimilla a costa de demasiado tiempo.
Basada en una historia real -conmovedora en ese plano-, resulta de un terco inasumible el permanente deseo de reconcomer al espectador. Dramas de esta naturaleza hay ya demasiados en el formato telefilm, y este ya aporta un vehículo apropiado que hace innecesario buscar mayores objetivos económicos por el solo hecho de que un actor de Oscar quiera entrenar usando cámara.
La simplista presentación de valores parte del más obvio juicio americano, un jugo de arquetípicas virtudes con el cual establecer un modelo de vida con barras y estrellas. Y esta receta se ofrece para solucionar el tormento de un niño que crece, se enfrenta, y como es muy muy fuerte y resistente, vence a adversidades pasadas y se encuentra con todo aquello que había soñado, con mucho más tiempo de película del que habría sido necesario para relatarlo.
Aceptable que cómo parte de ese sueño en la vida real, de guionista incipiente Antwone escriba la historia de su vida. Pero muchos otros criterios para convertirla en cine deberían haberla depurado, sin quedarse sólo en lo expuesto para adaptarla de una forma mejor. Y es que dirigir no es sólo acertar en el plano, sino ver las cosas en una perspectiva diferente que permita enjuiciar el nivel de interés y no tener al público esperando el fundido y fin cuarenta minutos antes del momento establecido.
Es hora de volver a ser actor.