La situación actual del cine de terror que llega a nuestras pantallas no sería tan preocupante si no tuviéramos que vérnoslas prácticamente cada semana con un nuevo estreno del género. The messengers ejemplifica a la perfección muchos de los males que aquejan a las producciones que supuestamente deberían hacernos mirar debajo de la cama y dentro de los armarios antes de irnos a dormir, pero que al fin y a la postre no hacen sino provocarnos un ligero sopor e incluso algunas risas cada pocos minutos.
Los hermanos Pang (The eye) debutan en el mercado americano y lo hacen con un argumento que causa tal déjà vu que el espectador no puede sino preguntarse si lo que está presenciando va realmente en serio. Apunten: una familia llega a una lúgubre granja abandonada casi en mitad de la nada, huyendo de ciertos traumas que aquejan a la hija mayor, y se topan sin comerlo ni beberlo con que su nueva residencia es una casa encantada donde años atrás se cometieran unos sórdidos asesinatos. Las comparaciones con El resplandor, Darkness y películas similares más recientes como La casa, El internado o La morada del miedo son obvias, y ayudan poco a hacer atractivo un producto en el que se ha invertido tan escasa imaginación.
Desde el principio The messengers intenta asustar basándose casi exclusivamente en subidones de música y sustos capaces de sacarle el corazón por la garganta al espectador más desprevenido, con lo que a la tercera vez que se intenta repetir el truco acabamos más que hartos. De la sutileza oriental a la hora de crear atmósferas poco queda, y sólo ciertos toques aislados en la composición de imágenes enlazan con trabajos anteriores de los hermanos encargados de la cinta, que por lo demás deciden convertir en desesperadamente interminables algunas escenas.
Además, el absurdo de cómo se pintan determinadas situaciones (por mala planificación o por falta de presupuesto) causa, como decía arriba, la necesidad de reír por fuerza: por ejemplo, la presentación del amigo de la protagonista parece extraída de alguna película tipo Scary Movie, y las apariciones por sorpresa de un posible comprador de la granja son desde ya uno de los momentos destacados de la comedia involuntaria reciente.
Van pasando los minutos entre bostezo y bostezo, y cuando aún queda un cuarto de hora de metraje y ya es fácil visualizar la escena final casi fotograma a fotograma, queda clara la pérdida de tiempo con una película meramente recomendable para quienes sólo vean una o dos producciones de terror al año y aún no se haya dado cuenta de la teclas que tocan los directores más torpes para intentar asustar al espectador.