La mejor película de Nick Cassavetes hasta la fecha, incómodo análisis de la descomposición social que anida bajo la fachada de la abundancia y la corrección política
La quinta realización de Nick Cassavetes se inspira en hechos reales ficcionados por motivos legales, y en sus propias reflexiones sobre el mundillo adolescente en el que se desenvuelve su hija Gina. Tales puntos de partida justifican las estrategias docudramáticas que salpican el film, útiles para recordarnos, en los momentos más inquietantes de su metraje, que no nos hallamos ante una ficción fantasiosa, sino ante el simple reflejo de una cierta cotidianeidad.
Alpha Dog cuenta cómo Johnny Truelove (Emile Hirsch), un adolescente que siguiendo el ejemplo de su padre (Bruce Willis) empieza a familiarizarse con el tráfico de drogas, decide secuestrar a Zack (Anton Yelchin), el hermano menor de un cliente y vecino, Jake (Ben Foster), que no le ha pagado una deuda. Johnny y sus esbirros -¿amigos?- continúan durante las horas siguientes su ronda habitual de trapicheos y juergas llevando con ellos a Zack, sin darse cuenta en principio de que han traspasado el límite entre unas actividades criminales más o menos asumibles por su entorno y un delito que les puede costar la cadena perpetua.
Lo verdaderamente singular de este film, que le otorga un gran interés, es que la juventud por así decirlo “descarriada” que puebla sus imágenes no responde a ningún estereotipo de exclusión económica, inadaptación generacional, alienación psicológica o rebeldía frente al orden establecido. Los chicos que en Alpha Dog venden y consumen droga, destruyen la propiedad, montan tríos, llevan ametralladoras al cinto, tratan a las mujeres como basura y disponen de las vidas ajenas a capricho están perfectamente integrados en un ambiente suburbial de clase media. Un ambiente, eso sí, en el que los adultos no son más que figuras espectrales, el principio de cohesión social brilla por su ausencia, y no existe ningún punto de referencia no ya ético, sino sencillamente racional. El título del film, Alpha Dog [Macho alfa], ilustra la condición instintiva, atenta únicamente a la satisfacción de los impulsos primarios, que mueve a los protagonistas del film.
Podría pensarse que nos encontramos ante una película sensacionalista o con moraleja, pero Cassavetes no va por ahí. Su cámara es cómplice de los jóvenes, y sus apuntes inquisitivos o periciales no le distancian de una situación cuyas implicaciones son por otra parte obvias tanto para los personajes como para los angustiados espectadores. Las vibrantes interpretaciones y la solidez de una narración coral que se desarrolla en numerosos escenarios californianos transmiten el vértigo de una tragedia ante la que no caben las explicaciones fáciles pero, desde luego, tampoco el recurso a echar balones fuera.
Se trata sin duda de la mejor película de un director que realizó Volver a vivir (1996) y Atrapada entre dos hombres (1997), bajo la larga sombra de su padre, John Cassavetes; y que con John Q (2002) y El diario de Noa (2004) parecía haber sucumbido al papel de artesano insustancial.