Bajo la apariencia de thriller policiaco la australiana Jane Campion intenta contar una historia de amor y dependencia femenina que cae desde los primeros minutos. La protagonista es quizá el problema principal, ya que la presencia en la cinta de la “eterna adolescente” Meg Ryan es un fallo de dimensiones considerables; sí, hay que reconocer que lo mío con la buena de Meg es algo personal, que le voy a hacer. Pero si, conscientemente, pasamos por alto ese pequeño fallo de casting, “A Carne Viva” –para variar, infame traducción libre del título original “In the Cut”-, no funciona y la responsable es quien la firma, la propia Jane Campion. Hay aciertos, pero son los pocos: Kevin Bacon de amante loco funciona (algo).
La acción se desarrolla en la ciudad de Nueva York, en la que una profesora se ve involucrada en –cómo no- una serie de sanguinolentos asesinatos que son cometidos en su barriada, ese es el “novedodoso” detonante que sirve de peana para desarrollar la historia que supongo que verdaderamente le interesa a la directora, una subespecie de género femenino tremendamente lastroso y denso como el hormigón.
Y es que la realizadora australiana goza de un absurdo respeto en el mundo “culto” cinematográfico que no acabo de entender. No sé como se valoran películas como “Holy Smoke” un auténtico rompecabezas sin hilo ni gracia o esta “A carne viva” un auténtico plomo de casi dos horas de duración.
Con la excusa del thriller se busca un aspecto intimista, y el debutante Mark Ruffalo, el chico en esta relación, se lleva la mejor y casi única buena parte. La búsqueda de la mezcla de amor con el crimen moderno en las calles de Nueva York lo único que consigue son dos horas de auténtico concentrado plúmbeo.