El Juego de Ender.
Ha logrado nivelar aportaciones que suelen hacer que muchas cintas resulten soporíferas -cuando no ridículas o pretenciosas.
Lo mejor que una película destinada al público infantil puede hacer es cumplir con su audiencia natural para luego entretener también al público adulto. Si -sin más ambages- El Juego de Ender logra eso durante sus casi dos horas minutos de metraje, cabe afirmar que los desvelos del autor del relato original Orson Scott Card por asegurar un traslado digno a la gran pantalla han cobrado sentido y puede encontrarse más que satisfecho con el resultado final.
A partir de ahí, pueden cuestionarse cosas. Si en algunos puntos se vuelve densa, si abusa de secuencias en estancias cerradas que trata de contrastar con escasos planos exteriores, si el cruce de diálogos de construcción de trama y personajes es en exceso recurso principal de construcción de la trama, por encima de una variedad y colocando al conjunto del relato en una suerte de dilatada preparación de ‘algo’ en donde súbitamente el desenlace se precipita…
Incluso en alguno de estos supuestos defectos, como la estructura peculiar o la forma de priorizar diálogos, hay que reconocerle la virtud de forjarse una identidad y mantener al espectador atento pese a no contar con el tipo de acción esperada. Alarga fragmentos de larga duración en que asistimos a argumentaciones que no pierden interés en ningún punto y que incluso nos hacen plantearnos acudir a la fuente original, que acaban incluso profundizando en cuestiones mayores de las que cabía esperar para un planteamiento de ciencia ficción protagonizado por niños y que por tanto parecía apuntar a una mayor simplicidad.
Considerando los ingredientes, El Juego de Ender ha logrado nivelar aportaciones que suelen hacer que muchas cintas resulten soporíferas -cuando no ridículas o pretenciosas- y que aquí sencillamente encajan. El sudafricano Gavin Hood, quien pasó a primer plano con la primera parte del spin-off de Lobezno, ha gestionado con habilidad la compleja tarea de cumplir con los tiempos del libro sincronizando sus propias funciones de guionista y director, una doble función que le hace merecedor de un crédito para el futuro.