Ser una figura del cine y estar comprometido con la regularidad, tiene sus propios problemas. Difícilmente antes o después no lleguen las acusaciones o por repetirse o cambiar hasta perder la esencia, difícilmente no lleguen películas por debajo del nivel de las que le dieron un nombre.
Probablemente lo más irritante de estas evoluciones cuando pasan los años es la entrega por supervivencia a los designios de la industria. Limitarse a servir nombre y a firmar y filmar proyectos que los estudios ponen sobre la mesa. La alternativa, encerrarse en uno mismo y encontrar el sentido a la permanencia en buscar nuevos mensajes, por más que el agotamiento –o sencillamente, una distinta perspectiva marcada por la madurez o la inevitable pérdida de frescura– sea evidente.
Woody Allen no iba a entregarse a experimentos crematísticos a estas alturas de la vida. Hace no demasiados años mostró su enorme capacidad para el cambio con el giro de una Match Point que alternó con la frivolidad de Scoop. Su posterior filmografía ha recogido nuevas variantes que han dado muestras en una y otra dirección, mayoritariamente próximas a su estilo habitual, con incluso alguna que hacía irreconocible su firma. Blue Jasmine no está, digámoslo sin rodeos, a la altura de sus mejores momentos. Es fácil ver un talento bruto a la hora de reflejar caracteres y que aquí enfocan a los advenedizos a toda costa, a quienes aspiran a poco más que a que los anteriores les dejen vivir. En el centro, dos hermanas adoptadas, una hecha para triunfar caiga quien caiga, otra para limitarse a vagar por una vida que discurre entre la caja de un supermercado y vulgares personajes que en sus modos zafios son presentados más auténticos que quienes logran medrar a toda costa. Una constante de Allen expresada aquí con poco de humor, hasta el punto de crear nostalgia de los tiempos en que el hombrecillo enjuto y entrañable expresaba delante de la cámara un universo de inquietudes puramente neuróticas.
Sin más sentido que el del propio retrato, la habilidad de las formas no deja de cuestionar el fin de lo expuesto. Blue Jasmine es, al hilo de lo antes expresado, la consecuencia de la naturaleza prolífica de un talento que vuelve regularmente a su lugar natural para contar historias, con distintas alteraciones en el tono, con una misma honestidad como propósito. Lo cual no tiene –ni puede- siempre gustar de igual forma.