Rowena es una periodista de investigación de altos vuelos. Tan pronto se encarga de cubrir los engaños de la guerra de Irak como destapar la homosexualidad de un senador reaccionario. Si altos poderes no se cruzaran en su camino, posiblemente combatiría el cambio climático, pero en lugar de ello su sobrecargada personalidad y dignidad histriónica le hacen dejar su puesto de trabajo. Justo entonces se encuentra con una amiga del pasado que le pide ayuda para destapar su romance con un alto ejecutivo… y a los pocos días aparece fiambre.
Un thriller erótico sin emoción ni erotismo es lo mismo que un ejercicio de seducción a un extraño que prescinde química seductora y en que para su fortuna no hay extraños: si verdaderamente lo fuera alguno de sus protagonistas su destino natural sería la franja horaria de sobremesa. En su elaboración James Foley confió en dos únicos elementos: un posible final sorpresivo, y dos actores de primera fila. Estos últimos se concretan en una Halle Berry limitada a su físico y a un carácter marcadamente sobreactuado cuando su pose no desvela apatía, y a un Bruce Willis que pasaba por allí y aprovechó para actuar a base de una de sus medias sonrisas. Este se disputa con el amigo íntimo de la Berry (Giovanni Ribisi, ‘raro’ habitual), el puesto a candidato a psicópata mientras la trama, construida desde su única baza del desenlace, practica una hipertrofia soporífera que nos hace pensar que a la víctima del argumento la mataron de aburrimiento.
Con todo esto, poco importa que las maquinaciones de guión se valgan de incoherencias, tiempos muertos y cortes innecesarios que buscan pasar el rato mientras entre risitas gamberras sus guionistas debían creer solventarlo todo con el engaño final. Engaño que tiene serias posibilidades de sorprendernos valiéndose del amodorramiento previo.
Quizá todo habría tenido sentido hace quince años, cuando la exhibición de carne marcaba los rumbos de la fiebre de Instinto básico y entonces se hubiera relatado desde las hormonas de lo que se vino a llamar thriller erótico. Ahora Halle Berry se resguarda en el fornido don Oscar para guardar sus encantos –aún cuando aquel lo obtuviera gracias al exhibirlos en Monster's Ball (2001)- por lo que nos abandona en un camino sin aliados. Los ultra-fan de la actriz y quienes tengan capacidad para guardar un sabor de boca en base a su último ingrediente (y no tengan agotada su capacidad de sorpresa…) quizá no salgan del todo decepcionados. Pero es mucho decir.