Un primer visionado, algo prejuiciado, de Los juegos del hambre daba como resultado que terminábamos bastante descolocados como espectadores, ya que esperábamos –temíamos– una nueva franquicia al estilo de Crespúsculo o Harry Potter, y sin embargo nos topamos con un relato distópico que, siguiendo la estela de la mejor ciencia ficción de toda la vida, nos hablaba del ser humano actual desde un nuevo punto de vista, proyectándonos al futuro y a una situación hipotética para, usando esa treta, hacernos ver con más claridad lo que está sucediendo en el momento presente.
Dejando atrás sus orígenes –la mira puesta en los lectores adolescentes, principalmente–, tanto la primera entrega como esta En llamas logran trascenderlos, moldeando la historia para crear una superproducción apta para todos los públicos, pero llena de recovecos que dan para mucho más de un mero análisis superficial. Sin ir más lejos, la mismísima protagonista ofrece sabrosas contradicciones y se niega a matar por placer, sufriendo en esta ocasión los remordimientos de los terribles actos que se vio obligada a cometer durante la anterior cinta. Nada que ver con el típico héroe que se las da de bueno al mismo tiempo que alegremente despacha a decenas de enemigos.
El principal cambio en esta ocasión lo hallamos en la dirección: Gary Ross cede la silla a Francis Lawrence, quien prescinde de algunas licencias de su predecesor (la cámara al hombro de algunas escenas, por ejemplo) y añade algún toque más excéntrico. Sea como fuere, nos hallamos ante un libreto que respeta la novela original y consigue otorgar más empaque a las figuras que por él transitan: difícil destacar a alguna de ellas, aunque los secundarios (los personajes de Woody Harrelson, Donald Sutherland, Philip Seymour Hoffman o Stanley Tucci, entre otros, aunque los adolescentes tampoco son desdeñables), consiguen elevar muchos enteros el resultado final. Además, cabe anotar la tremenda progresión de la magnética Jennifer Lawrence, sencillamente impecable, que se mueve como pez en el agua tanto en la acción como en el drama y la introspección.
Así pues, esta versión corregida y aumentada de Los juegos del hambre nos proporciona un largo –pero en absoluto tedioso– paseo por una serie de tramas políticas y sociales que cuesta encontrar en tantas otras sagas generalistas. Con mayor empaque, agilidad y dramatismo que en la primera parte (aunque la violencia se ha rebajado), lo cierto es que bajo la deslumbrante factura técnica y el ritmo de blockbuster reside una profundidad que sigue siendo muy de agradecer en los tiempos que corren, más que nada por ver si alguna mente aletargada decide también dejar atrás el sopor y enfrentarse a lo establecido.