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La Gente del Arrozal / Neak Sre

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 02 / 12 / 2013
Pantalla Invisible

Ante la ignorancia y poca predisposición de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones a aceptar que las marcas de ropa que consumen están fabricadas en países del sudeste asiático, como Camboya, y que sus responsables hacen la vista gorda ante las precarias condiciones laborales de sus asalariados, un docudrama camboyano como La Gente del Arrozal (Rithy Panh, 1994) resulta del todo necesario en estos tiempos de consumismo agresivo en los que vivimos inmersos. No solamente para concienciar a todo el mundo de que los prejuicios culturales ante países tercermundistas, de los que nos abastecemos a través de primeras materias (a nivel agrario, como se relata en este drama) o del sector secundario (a nivel textil, algo que queda excluido en este filme pero no en otros de matiz dramático similar), son una insensata desfachatez ante el espíritu de sacrificio que diariamente afrontan miles de personas residentes en esta ex-colonia francesa simplemente para poder sobrevivir.

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No hay vestigios del genocidio camboyano perpetrado por los Jemeres rojos, desde 1975 a 1979, en el transcurso de la historia, solamente vagos recuerdos inducidos por el estado febril del “páter familias”, después de haber enfermado por culpa de un mal día de cultivo; un paso en falso mientras labraba un campo de arroz, una mortífera espina que no debía haberse clavado en el pie. En estas sociedades agrarias rurales es la figura paterna la que determina la economía familiar, aun contando con la ayuda necesaria de su esposa para mantener a sus retoños y enseñarles el arte del cultivo. La pérdida del padre obligará a las siete hijas a ganarse la vida como puedan, manteniendo el negocio familiar para subsistir, agravándose su situación cuando la madre “pierda el oremus” y sin razón alguna culpe a la hija mayor de su desgraciada condición como mujer desdichada. Grillos, cigarras, cobras (en este país, los ofidios son venerados y temidos a partes iguales, trayendo suerte o desgracias, como se muestra en una secuencia en la que no salen bien paradas), cangrejos…animales que interactuarán con esa familia y que además formarán parte de esa apacible tranquilidad que transpiran de sus fotogramas; ecos lejanos de un país eminentemente budista (reflejándose algunas creencias religiosas en el funeral del padre), pero con reminiscencias históricas hinduistas (Naga, la mítica serpiente con policefalia, lo es y su iconografía se aprecia en distintos templos), y muy famoso turísticamente por las ruinas de Angkor Vat (que son eludidas para no caer en los típicos clichés histórico-culturales).

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Hay una metáfora en el proceso de cultivo del arroz; un mensaje universal para todo ser humano: a pesar de las desgracias, a pesar de nuestros dolores internos, la vida prosigue, las agujas del reloj no se detienen, igual que esos brotes de arroz que van creciendo hasta que son segados. Ante las adversidades, el tiempo prosigue por más que nosotros intentemos frenarlo, solamente la lucha individualizada de cada uno permite adaptarse al entorno en el cual nos toca vivir. Un mensaje que se hace más vivaz en esas etnias castigadas por el genocidio de sus gobernantes y que Panh conoce en primera persona al haber pasado toda su juventud en un campo de concentración. Tan solo su lucha por los suyos y su arriesgada huida a Tailandia, pudo hacer brotar sus sueños y viajar hasta Francia para estudiar cine mediante una beca. Panh nos enseña el valor de las pequeñas cosas como primer paso para conseguir una meta: para él, su espíritu de supervivencia, le permitió realizar su sueño de convertirse en realizador con el que poder mostrar a través de su faceta documentalista y, en posterioridad, mediante docudramas, como la supervivencia de su pueblo, de su gente, se sostiene en algo tan básico como el cultivo del arroz, siendo venerado hasta límites que se escapan de nuestra racionalidad. Nuestra hipocresía ante estas comunidades étnicas, nuestra falta de percepción ante pueblos lejanos de los que nos aprovechamos para que podamos vivir bien, contrasta con la humildad con el que Panh refleja en imágenes un drama que experimentaban (y experimentan) miles de familias camboyanas. No se trata de un cine humanitario en el sentido más estricto de la palabra, tal vez deberíamos hablar de un largometraje humanista que al visionarlo debería hacernos replantear si es justa la sociedad consumista en la que vivimos y de la que, hoy por hoy, no podemos escapar. Un grado de humildad que nos permitirá entender las motivaciones reales de los personajes y del sufrimiento expresado mediante contención, pero con un destello neorrealista que nos transportará a esas plantaciones de este venerado cereal que da nombre a esta producción camboyana.

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Ediciones disponibles: editada en nuestro país en DVD por Notro Films. Actualmente descatalogada.



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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

Actualización: Lunes.

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