Quizá lo más significativo de El Consejero sea atender a la progresiva decadencia de varias figuras entre las que destacaríamos al propio Ridley Scott o a Cameron Díaz.
Existe una máxima repetida en incontables ocasiones, que toda adaptación debe mirar más al destino que al origen. Es decir, por mucho que sea preciso entender las bases o esencia del producto que va a adaptarse, debe primar la atención al medio en que se materializará el nuevo para que este tenga vida autónoma.
Con El Consejero no nos encontramos con una adaptación, pero casi. Al frente del guión se encuentra Cormac McCarthy, elevado a los altares por ser el autor del libro en que se basaría la película protagonizada por Viggo Mortens en The Road (2010), y que le ha valido encargarse de un libreto con unos modos que no llegan a adecuarse a lo que exige la gran pantalla. Ahora bien, habida cuenta de que el relato que llegó a las manos de Ridley Scott lo hizo en formato próximo al libro, de que el director de Blade Runner se deshizo en fascinación hojeando sus páginas, y que ha sido él quien se ha encargado de la adaptación en esta soporífera y descarnada cinta, difícilmente quepa reprochar nada al escritor. Sí, McCarthy no llega a comprender la diferencia de los tiempos en libro-película, los problemas de asesinar el ritmo en discursos erráticos cuya aportación a la trama es más que cuestionable, de hecho no contento con saturar con alocuciones las remata una, y otra y otra vez en conversaciones que no parecen acabar y que apenas avanzan pese al tiempo invertido. Pero quien debía medir esos tiempos con una visión experimentada es el realizador que en el pasado, cada vez de forma más incomprensible, lo había hecho con maestría en lo que son considerados prácticamente clásicos del cine.
Quizá lo más significativo de El Consejero sea atender a la progresiva decadencia de varias figuras entre las que destacaríamos al propio Ridley Scott o a una Cameron Díaz cada vez más próxima al triste destino que consume a las divas y las deja como secundarias al mando de papeles que reflejen su desdicha. Brad Pitt resulta tan irrelevante como el protagonista Michael Fassbender, haciendo que el personaje estrafalario de Javier Bardem destaque únicamente por una vis cómica basada en lo grotesco, quedando su Penélope Cruz sin siquiera ese (¿involuntario?) recurso.
Lo peor, con todo, es que rumbo a las 2 horas El Consejero se revela no solo como una película anodina, sino terriblemente antipática. Un relato lento cuyos avances se deshojan con una desgana que es antesala de un merecido olvido, en donde solo el macabro destino, injustificadamente cruel, despide a un espectador que acabará cuestionando tamaña inversión en tiempo (o dinero) en proporción al resultado obtenido. Cosas de acudir a la sala contemplando los nombres que lucen en la cartelería fuera del cine. Al menos nuestra visita fue obligada.